El buen ejemplo empieza por casa. Es lamentable que colaboradores de la Alcaldía de Barranquilla, como la misma entidad reconoció en sus redes sociales, metieran en bolsas plásticas a seis gatos para “reubicarlos” y “evitar que se electrocutaran”, tras ser hallados cerca de redes eléctricas en el estadio Metropolitano. El hecho habría pasado desapercibido, de no ser por las oportunas denuncias de ciudadanos e integrantes de colectivos defensores de los animales que, sin dudarlo, alertaron en espacios digitales, entre ellas la línea Wasapea a EL HERALDO, lo que estaba ocurriendo.
No es necesario citar extensos tratados de protección animal para concluir que la operación de traslado de los gatos, bajo este método tan absolutamente inapropiado, por decir lo menos, constituyó todo un disparate que vulneró los derechos de estos indefensos seres sintientes. Una condición que los humanos olvidamos con pasmosa indolencia, en el caso de animales domésticos o mascotas a los que se maltrata con absoluta impunidad, revelando una alarmante pérdida de valores morales y éticos.
Pese al interés principal de retirar los gatos de la subestación eléctrica para preservar su vida, el sentido común brilló por su ausencia en la insólita maniobra de desplazamiento, desde el interior del escenario deportivo hasta un lugar cercano –supuestamente seguro– que, a primera vista, tampoco era el más adecuado. Al final, luego de los duros cuestionamientos de la comunidad, que alertada por el suceso demandaba conocer el estado de los animales, los secretarios distritales de Recreación y Deporte, Gabriel Berdugo Peña, y de Gobierno, Jennifer Villarreal, confirmaron que los gatos, una vez atendidos por los veterinarios de la Patrulla Animal, empezaron a ser reubicados “dignamente” en fundaciones.
Este episodio, que nunca debió registrarse, se zanjó con el compromiso de las autoridades para sensibilizar a sus trabajadores en el buen trato que merecen los animales, y evitar así que estas “malas prácticas” se repitan”. Además, quienes incurrieron en semejante despropósito recibirán un llamado de atención, de acuerdo con lo establecido por las normas. Es lo justo. Resulta indispensable que en ambos casos se ofrezcan las señales correctas para que la crueldad contra los animales no haga carrera en Barranquilla ni en el resto del Atlántico, donde urge educar sobre el valor de respetarlos.
Aquellos que son capaces de traspasar los límites de la sensatez para acabar con la vida de un animal o hacerle daño, siendo conscientes de su aberrante comportamiento, carecen de principios de humanidad. Su conducta intolerante o antivalores, producto de pautas de crianza aprendidas en sus primeros años en casa o en el contexto social en el que crecieron, los acercan –a juicio de expertos– a posibles trastornos de fobia y sociopatía, amenazantes para su entorno. ¡Cuidado! la barbarie fácilmente muta de blanco.
La irracionalidad con la que arrastraron a un perro amarrado de su cuello a un vehículo en movimiento, como sucedió en Malambo, o las muertes de gatos por envenenamiento denunciadas por ciudadanos y líderes comunales del corregimiento de La Playa son prácticas de extrema crueldad que nos distancian de lo que debe ser una sociedad con mínimos de civilidad.
Lo deseable frente a perros o gatos, con los que compartimos nuestras vidas, pasa por una tenencia responsable, protección garantizada y mucho afecto. Eso es lo que inspiran. De lo contrario, ¿por qué o para qué asumir su cuidado? Los animalitos callejeros, muchos de ellos abandonados por sinvergüenzas, tienen derecho a mejor suerte que deambular en parques o plazas, a la espera de que almas caritativas o fundaciones –casi todas superadas por la falta de recursos económicos– velen por ellos. Cuanto antes hay que fortalecer hojas de ruta para que accedan a hogares de paso, con todas las garantías, hasta que sean adoptados. El Centro de Bienestar Animal, que construye el Distrito, velará por los animales que requieran atención de emergencia o recuperación prioritaria, pero no puede ser una excusa para deshacerse de las mascotas sin más. Es hora de reaprender nuestra relación con los animales para dejar atrás patrones dañinos que atentan contra los pilares de tolerancia y respeto que sustentan toda forma de cultura ciudadana y convivencia pacífica.