La pandemia deterioró aún más la frágil seguridad alimentaria de los hogares del Caribe colombiano. Sus habitantes, en especial los más necesitados, afrontan serias dificultades para acceder y consumir alimentos, debido, entre otras razones, a la precarización de sus condiciones de vida. Pese a la progresiva recuperación del mercado laboral, la pobreza no cede. Tampoco el hambre. Otra consecuencia más de la parálisis económica derivada de la emergencia sanitaria. Esta dramática realidad, que profundiza desigualdades y agrava carencias, impide hoy a millones de personas en la Costa disfrutar de una vida digna y saludable. A todos nos debe importar el desolador panorama de quienes no pueden satisfacer sus necesidades más básicas.

La nueva encuesta Pulso Social del Dane confirma el avance del hambre en la región con datos elocuentes. En septiembre, el 41 % y 49 % de los hogares de Sincelejo y Valledupar, respectivamente, comieron tres veces al día. En Cartagena, solo el 31 % de las familias logró consumir alimentos en esa proporción. Dicho de otra manera, por falta de recursos económicos, casi 7 de cada 10 familias de La Heroica debieron renunciar a una o más de sus comidas diarias. En Barranquilla y Soledad la situación no fue distinta. Apenas el 33 % de sus hogares estuvo en capacidad de comer en la mañana, mediodía y noche, mientras que el 67 % restante no alcanzó a asegurar los ‘tres golpes’ diarios.

Para dimensionar la catástrofe alimentaria que se ensaña con los más pobres de Soledad y Barranquilla, donde la pobreza subió 15 puntos pasando de 25 a 40 % en 2020, basta revisar la fotografía de antes de la pandemia. En ese momento, el 82 % de las familias se alimentaba tres veces al día. Por tanto, en menos de 19 meses cerca del 50 % de los hogares pobres de estos dos territorios registró un doloroso retroceso en sus posibilidades de comer de manera adecuada. Este alarmante escenario desemboca inevitablemente en el aumento de la desnutrición crónica, un grave problema de salud pública, con especial incidencia en mujeres gestantes, adultos mayores y menores de edad.

Valga la ocasión para reiterar que muchos de estos niños, de escasos recursos, no han vuelto a las aulas, lo que sin duda minimiza sus opciones de recibir alimentación de buena calidad, además de educación presencial idónea. Una doble privación con consecuencias devastadoras para su desarrollo físico, cognitivo y socioemocional que no podemos seguir pasando por alto durante más tiempo. Niños malnutridos pueden convertirse, con el paso de los años, en adultos enfermos que generen una importante carga social y económica para el sistema de salud, además para sus propias familias.

En este sentido, el más reciente informe de la Fundación Éxito vuelve a poner el dedo en la llaga por el riesgo de desnutrición crónica al que se expone la población menor de cinco años en la mayor parte del país. Advierte que recurrentes problemáticas como la inseguridad alimentaria, falta de agua potable o de servicios de salud, y ahora la afectación por covid, empeorarán sus condiciones. Concentran su preocupación en municipios de Magdalena, Cesar y La Guajira, donde sus autoridades, al margen de cálculos políticos, deben redoblar esfuerzos para mejorar los indicadores nutricionales.

Si antes de la pandemia se subestimaba la amenaza de la desnutrición crónica en la niñez, hoy la suma de tormentas desatadas por el virus la ha difuminado mucho más. Las actuales circunstancias pusieron en evidencia una serie de debilidades de calado socioeconómico frente a las que se debe actuar con urgencia. Indudablemente, la seguridad alimentaria, sobre todo la de los menores de edad, tiene que estar en la lista de prioridades de gobiernos, sector privado, fundaciones y organizaciones sociales que pueden hacer mucho más para reducir pobreza y desigualdad a través de acciones concretas. Respondamos con grandeza a este llamado de atención colectiva para evitar que nuestros niños sean víctimas del hambre. Erradicar este flagelo entre los menores de edad siempre será la mejor apuesta de una sociedad garantista de sus derechos que, no está de más recordar, prevalecen sobre los demás. ¡Actuemos ya!