La aplicación de una tercera dosis de la vacuna contra la covid para reforzar la protección de quienes completaron su esquema hace más de seis meses -bien sea porque pudieron perder inmunidad por su condición de salud o edad avanzada, o porque se busca hacer frente a las nuevas variantes- ha exacerbado el inexcusable debate moral sobre el acceso desigual de los biológicos. Es lamentable que, tantos meses después de la irrupción del virus, el mundo siga sin dar una respuesta coordinada, solidaria y equitativa a la pandemia.

A la espera de conocer evidencia científica mucho más completa acerca de la necesidad de administrar una dosis de refuerzo, ante la que no existe aún un consenso general, varios países avanzan en la inoculación. Israel, por ejemplo, aplica la tercera dosis a sus habitantes mayores de 12 años, mientras que Francia y Alemania la administran a los adultos mayores. La Organización Mundial de la Salud (OMS) mantiene, como no podría ser de otra manera, serias reservas frente a esta estrategia que, pese a ser razonable porque apunta a aumentar los anticuerpos de las personas en máximo riesgo, terminará por ahondar la brecha global de las vacunas, haciendo más difícil alcanzar un equilibrio entre naciones. Con sobradas razones, sobre todo éticas, los epidemiólogos de la OMS estiman que la prioridad debe ser vacunar a quienes aún no han recibido una sola dosis y reiteran que urge compartir el conocimiento sobre la producción y suministro de los biológicos para controlar la pandemia. Una posición sensata que refuerza el llamado a las compañías farmacéuticas para que cedan sus patentes, como hizo AstraZeneca.

Las clamorosas disparidades en la vacunación no solo constituyen una vergüenza mundial, sino que atentan contra el objetivo global de obtener inmunidad –lo antes posible- para superar la fase aguda de la infección. Mientras los países ricos han inmunizado, en promedio, al 60 % de su población y 10 de ellos, considerados los más poderosos, han aplicado el 75 % del total de reservas de vacunas del planeta; en naciones pobres, como Haití o Chad, esos porcentajes ni siquiera llegan al 0,2 %. Ciertamente el nacionalismo de las vacunas, o lo que es lo mismo, el afán desmedido de países pudientes por acaparar muchas más dosis de las que necesitan -que está teniendo un nuevo capítulo con la tercera dosis- amenaza con prolongar la emergencia sanitaria indefinidamente.

Si persiste la actitud contraproducente de dirigentes mundiales y fabricantes de administrar vacunas de refuerzo en vez de acelerar la distribución de dosis en territorios donde ni siquiera se ha podido asegurar la inmunidad de su personal sanitario, el virus seguirá fortaleciéndose y mutando en nuevas cepas cada vez más letales o contagiosas. Un escenario que exige mantener invariables las medidas de protección porque el fin de la amenaza no está cerca.

Centrarse en el autocuidado para salvar la vida continúa siendo la prioridad en este juego largo en el que los colombianos nos toca lidiar ahora con el retraso en la llegada de las vacunas -que ralentizó el ritmo de la inmunización- y con los inconvenientes en la expedición del certificado digital de vacunación a causa de la falta de registros. La improvisación le sigue ganando al Gobierno partidas. Aunque muchos crean que estamos del otro lado por la caída significativa de casos, muertes y tasa de positividad, persisten incógnitas alrededor de la evolución del virus que nos obligan no bajar la guardia. Colombia no alcanza aún el 30 % de la inmunidad de grupo y nuevas variantes como Mu - identificada por el Instituto Nacional de Salud (INS) como la responsable del tercer pico, demandan que ese porcentaje se eleve al 90 %. Es evidente que nos corresponde ser prudentes porque alcanzar una normalidad absoluta aún se tomará su tiempo.

Si persiste la actitud contraproducente de dirigentes mundiales y fabricantes de administrar vacunas de refuerzo en vez de acelerar la distribución de dosis en territorios donde ni siquiera se ha podido asegurar la inmunidad de su personal sanitario, el virus seguirá fortaleciéndose y mutando en nuevas cepas cada vez más letales o contagiosas.