Aumentaron los suicidios en Colombia. Entre enero y mayo de este año, 856 hombres y 195 mujeres decidieron quitarse la vida en distintas regiones del país, 134 personas más que en el mismo periodo de 2020. Adultos de 29 a 59 años y jóvenes de 18 a 28 son los dos grupos poblacionales con mayor incidencia de este grave problema de salud pública. Una realidad compleja de la que se habla poco y, además, con evidentes sesgos e inexactitudes que conducen a su invisibilización, bien sea por vergüenza, culpabilidad o temor a un efecto imitación. Esto tiene que cambiar. El suicidio no puede ser silenciado en un momento tan crítico como el actual, en el que ha crecido de forma alarmante el número de personas que afronta el deterioro acelerado de su salud mental por los efectos de la pandemia. Preocupa constatar, a través de estos dramáticos registros, cómo la covid está empujando al límite a quienes ya eran extremadamente vulnerables a causa de enfermedades físicas o mentales, abuso de sustancias psicoactivas y alcohol o problemas familiares y afectivos, en el caso de los menores de edad.

Ignorar las muertes por suicidio no conducirá a evitarlas. Por el contrario, sin información disponible ni redes de apoyo a su alcance, más personas intentarán terminar con sus vidas. Gobiernos, entidades sanitarias, organizaciones públicas y privadas, medios de comunicación y, en particular, las familias debemos reconsiderar la forma como abordamos esta compleja situación, totalmente prevenible, para ser capaces de detectar de manera temprana la aparición de factores de riesgo asociados a sentimientos de angustia, ansiedad o depresión, muchos de los cuales están disparando la aparición de enfermedades mentales, que lamentablemente no llegan a ser diagnosticadas ni a recibir una adecuada atención integral.

Ante la avalancha de carencias o necesidades surgidas por las consecuencias sanitarias, económicas y sociales de la pandemia, las personas dejaron de lado el cuidado de sus aspectos emocionales, lo que se ha traducido en crecientes conductas suicidas vinculadas a una mayor pérdida de autoestima, infelicidad, inestabilidad y otros conflictos individuales. Es un error interpretar que los suicidios o intentos de muertes autoinfligidas son casos aislados que se limitan a meras tragedias familiares. Cada uno de estos dolorosos hechos impacta negativamente a la sociedad entera que, además de sensibilizarse, debe fortalecer la vigilancia y el seguimiento de estos episodios para obtener más y mejores datos sobre los patrones, tasas, características y métodos alrededor de una de las mayores prioridades de salud pública de la actualidad.

Es necesario romper los tabús existentes para hablar abiertamente de suicidio o de trastornos mentales. Informar sobre estos asuntos tan estigmatizados no es fácil, sobre todo porque con demasiada frecuencia los medios de comunicación caemos en el sensacionalismo o en la falta de rigor al divulgarlos. Publicar noticias acerca de suicidios o de intentos de suicidio exige una enorme responsabilidad, además de sensibilidad y respeto, para que se cumpla el objetivo de evitar el efecto imitación, y en cambio se promueva el de carácter preventivo, reduciendo el riesgo de que otras personas incurran en ello. Autocensurarse no es la salida. Silenciar el suicidio tampoco es la respuesta adecuada. Un tratamiento informativo con gran compromiso social puede convertirse en el mensaje que una persona expuesta necesita para revertir su determinación. Actuando con responsabilidad y profesionalismo, los medios de comunicación podemos aportar a la reducción del suicidio, y en particular a desmitificar la idea de que somos culpables de casos de este tipo.