El impacto de la Covid-19 en las perspectivas económicas globales es devastador. Salvo contadas excepciones, todos los sectores están siendo sacudidos por los efectos de la pandemia que golpea con especial fuerza al turismo, la actividad petrolera, las manufacturas e industrias aeronáutica y automotriz. Si hasta unas semanas los vientos de reapertura soplaban a favor de escenarios de recuperación, hoy los crecientes rebrotes pasan factura a los mercados internacionales y, según los analistas, revelan el agujero negro de esta profunda crisis.

En Estados Unidos, donde el avance del virus sigue imparable con más de 150.000 muertes confirmadas, la economía sufrió un golpe histórico y se desplomó un 32,9% en el segundo trimestre, provocando el mayor y más veloz retroceso del que se tiene registro desde 1947, cuando después de la Segunda Guerra Mundial el gobierno empezó a publicar este dato. En otras palabras, el coronavirus tiró a la basura, en pocos meses, el crecimiento alcanzado durante los últimos 5 años. Consecuencias de la pérdida de más de 40 millones de puestos de trabajo y el cierre de miles de comercios y negocios en las primeras semanas de la crisis, lo que causó una caída del consumo del 35%.

Tras semanas de inactividad en las que el gasto en servicios se redujo a mínimos, el país se puso en marcha desde finales de mayo en un intento por recobrar su pulso económico, pero los rebrotes frenaron las esperanzas de una rápida recuperación. Difícil de encajar y más aún en año electoral. Por eso no es de extrañar que el señor Trump acaricie la idea de retrasar las elecciones presidenciales de noviembre, alegando, sin mostrar una sola prueba, un posible fraude en el voto por correo.

Si en Estados Unidos llueve, en Europa no escampa. Alemania, la locomotora del viejo continente, registró un frenazo inesperado en su economía del 10.1% durante el segundo trimestre, un dato del que no hay antecedentes durante los últimos 50 años cuando se empezó a llevar esta medición. El desplome es masivo y afecta las exportaciones e importaciones de bienes y servicios, la demanda interna y las inversiones.

Mientras tanto, en España el desempleo, que se ubica en el 15,33%, casi se triplica entre los jóvenes con una tasa de 40,8%, la más alta de los 27 países que integran el bloque comunitario, donde el promedio está en el 16,8%. El turismo, que se avizoraba como la gran esperanza para iniciar la recuperación económica, amenaza colapso ante las nuevas restricciones impuestas a los viajeros extranjeros debido a los cerca de 500 rebrotes detectados allí.

En América Latina, donde se prevé un desplome de 9,1%, su peor contracción económica desde hace más de un siglo, la crisis disparará el sufrimiento de los más vulnerables. Se estima que de 28 a 45 millones de personas caerían bajo la línea de la pobreza este mismo año y hasta 26 millones entrarían en pobreza extrema.

La gran diferencia es que mientras en Estados Unidos republicanos y demócratas intentan acordar un plan de rescate y en la Unión Europea ya pactaron un fondo por 750 mil millones de euros para paliar los daños económicos de la Covid, ¿a los países latinoamericanos quién les lanzará un salvavidas que los ayude a superar esta coyuntura económica y social, que podría convertirse en una terrible crisis alimentaria y humanitaria si no se adoptan acciones?

Controlar la pandemia es esencial para lograr la reactivación de la economía latinoamericana, el nuevo foco de contagios en el mundo. Sin salud, que es la prioridad en esta crisis, no hay economía, pero sin economía tampoco hay salud. Mientras se atiende la emergencia sanitaria hay que complementar las políticas de salud con las económicas, sociales y productivas.

Entre las propuestas de los expertos se encuentran aumentar la inversión en salud pública, que en Colombia se ubica en 7,2% del PIB, haciendo énfasis en atención primaria y mantener un ingreso básico de emergencia y un bono contra el hambre. La recesión del siglo, como muchos llaman a esta crisis, requiere medidas audaces en medio de esta incertidumbre en la que todo está amarrado a la evolución del virus, frente al que nadie puede bajar la guardia.