Muchos colombianos con la edad suficiente seguramente recordarán como si fuera ayer la conmoción que vivió el país aquel aciago 18 de agosto de 1989, en que dos sicarios asesinaron al candidato presidencial Luis Carlos Galán cuando saludaba a la multitud durante un acto de campaña en Soacha (Cundinamarca).

Han pasado 30 largos años de aquel magnicidio, y aún nos estremecemos al evocarlo. No solo porque los asesinos segaron la vida de uno de los políticos más brillantes que haya tenido Colombia, en quien millones de personas habían depositado su confianza para regenerar el país, sino porque aquellos hechos nos retrotraen a una de las épocas más terribles que hayamos vivido en nuestra accidentada historia.

Galán tenía muchos enemigos en aquellos días convulsos. El más peligroso era, sin duda, el capo del narcotráfico Pablo Escobar, quien temía que la previsible victoria del candidato liberal abriera el camino a la extradición de los mafiosos a EEUU.

Un tortuoso proceso judicial –en medio del cual un ciudadano inocente, el barranquillero Alberto Júbiz, pasó cuatro años en prisión como presunto asesino– condujo a la condena de dos reconocidas figuras: el exsenador Alberto Santofimio Botero y el exdirector del DAS, Miguel Maza Márquez. Este último había sido exaltado en su día como una adalid en la lucha contra el narcoterrorismo.

Pertenece al terreno de la política ficción opinar sobre cuál habría sido el destino del país si no hubiera ocurrido aquel crimen de Soacha. ¿Habría ganado Galán las elecciones? ¿Habría logrado doblegar a los carteles de la droga? ¿Habría erradicado la corrupción y las viejas formas de hacer política, como pretendía?

Son interrogantes que quedarán abiertos para siempre. La única certeza que tenemos es que, en el tiempo que le tocó vivir a Galán, Colombia estaba sojuzgada por unas fuerzas siniestras mucho más poderosas, cuya vesania había de padecer el país muchos años más.

No queremos decir que el escenario sea hoy tranquilizador. A lo largo y ancho del país operan organizaciones criminales que siguen teniendo como motor el negocio del narcotráfico. Pero los jóvenes deben saber que hubo tiempos más horrendos, en que las mafias llegaron a tener tal poder que corrompieron a buena parte de la sociedad y pusieron en serio peligro las propias instituciones de la Nación. Unos tiempos en que el crimen se metió en la médula moral del país y a punto estuvo de llevarnos a una catástrofe sin retorno.

En aquel infierno hubo muchos valientes que se rebelaron contra el mal. Esa guerra dejó un reguero de víctimas a las que Colombia nunca podrá agradecer suficientemente su entrega. Una de las víctimas más notables fue Luis Carlos Galán Sarmiento, a quien rendimos hoy desde este espacio un sentido tributo.