Un coro de voces tristes se escuchó en Barranquilla cuando fue anunciado el cierre del Teatro Amira De la Rosa hace escasos dos años. El objeto de esa decisión era remodelar la edificación, pero había poco optimismo entre los sectores culturales. La puesta en escena no fue la más alegre y por cielo y tierra se movieron diversas fuerzas de la ciudad para que el Amira, como cariñosamente se le dice, no pasara a mejor vida.

Una noticia alentadora llega ahora a esta capital, sedienta de cultura y arte. El Banco de la República, que administra el Teatro luego de haberlo recibido de la Sociedad de Mejoras Públicas en comodato, anunció una inversión de 60.000 millones de pesos. Al tiempo se dio la apertura de un debate ciudadano, para establecer cuál es el Amira que queremos y necesitamos los barranquilleros.

Así que, en una especie de plebiscito cultural, sectores de la danza, la tablas, del público en general, la academia y del patrimonio de La Arenosa discuten desde ayer el proyecto de intervención y la apropiación de los servicios culturales del considerado templo de las artes local. El eslogan de combate no puede ser mejor: “¡El caimán no se va!”.

Fue una propuesta del Centro Cultural del Banco de la República al comenzar con apetito colosal el primer ciclo de consultas con la gente, a través de grupos focales que representan a todos los sectores.

Es cierto el argumento esbozado por los gestores y actores culturales: sin el Teatro toda actividad de este tipo se limita a breves espacios carentes de las condiciones mínimas requeridas de un gran escenario. Recordemos que el cierre del Amira se dio a partir de los resultados preliminares del estudio de una firma especializada que preponderaba la seguridad de los usuarios.

Ahora, los gestores que participan en lo que se quiere y requiere plantean enforcarse en la formación de públicos y en mejorar la estrategia de fortalecimiento cultural, como uno de los ítems que representan el bienestar ciudadano, mientras el Banco de la República, con buena razón, plantea un plan de modernización porque el Teatro casi no cumple con las especificaciones mundiales.

El Amira tiene una bella historia de luchas y triunfos, con una larga espera como todas las piezas teatrales de final feliz. También tiene un majestuoso telón de boca de Obregón, un fino piano de cola y una lámpara de araña con lágrimas de cristal. Esta vez, la buena noticia viene de Bogotá para la fortuna de la cultura y de Barranquilla, que lucha por este espacio desde 1944, inaugurado oficialmente en 1982, y luego bautizado con el nombre de la ilustre poetisa escritora del bello himno que nos hace vibrar. En efecto: ¡El Caimán no se va!