Una sociedad que se precie de moderna debe preocuparse seriamente de la salud de sus integrantes. No solo por razones de sensibilidad elemental hacia el ser humano, lo cual de por sí ya sería un argumento suficiente, sino, también, por motivos de sostenibilidad económica del sistema de sanidad pública.

Entre los numerosos retos a los que se enfrenta el país en esta materia, se destaca uno que, desafortunadamente, no termina de recibir la atención que merece. Nos referimos al sobrepeso y a su manifestación más severa, la obesidad.

Según datos del Ministerio de Salud y Protección Social, más de la mitad de la población colombiana –el 56,4%– presenta características de sobrepeso (37,7%) u obesidad (18,7%).

Son cifras sin duda preocupantes, coincidentes con la media mundial, que han crecido en las últimas mediciones a pesar de que hablamos de un tema sobre el cual existe cada vez más conciencia social.

Las causas del sobrepeso o la obesidad pueden ser de varios tipos: genética, nerviosa, metabólica, endocrina, psicológica, nutricional, carencia de actividad física. Se trata, por lo tanto, de un asunto de alta complejidad que debe atenderse no con fórmulas generales para salir del paso, sino de acuerdo con la particularidad de cada caso concreto.

Durante años, el sobrepeso y, muy en especial, la obesidad han constituido, además, un asunto estético que en algunos casos se ha traducido en crisis de autoestima. Esta vertiente del problema no ha desaparecido, ni mucho menos; pero, por fortuna, la sociedad es cada vez más abierta y flexible en cuanto a los viejos patrones, incluidos los relativos a la constitución física de las personas, por lo que centraremos el tema que nos ocupa en su aspecto sanitario.

Y lo que se puede decir al respecto, de manera inequívoca, es que el sobrepeso y la obesidad son considerados factores de riesgo para el desarrollo de un amplio abanico de afecciones, entre ellas las de tipo cardiovascular, neurológica o gastrointestinal.

Si bien hay casos en que el sobrepeso y la obesidad responden a causas genéticas o fisiológicas, muchas veces se pueden prevenir mediante una nutrición adecuada –conteniendo el consumo de azúcar, harina y grasas– y la actividad física. Uno de los males de nuestra época es, justamente, el sedentarismo.

Pero son las instituciones, con el Gobierno a la cabeza, las que deben encabezar la batalla contra un problema que no para de crecer. La situación es de tal magnitud que merece ser articulada en una política específica de Estado. Esperamos que la actual administración así lo entienda.