Hace 25 años, la Asamblea General de la ONU proclamó el 3 diciembre como Día Internacional de las Personas con Discapacidad.
Muchas cosas han cambiado en este cuarto de siglo. Empezando por el nombre del acontecimiento, cuya designación original, según consta en la Resolución 47/3 de Naciones Unidas, fue Día Internacional de los Impedidos. Los avances en la comprensión de este tema, mucho más complejo de lo que muchos piensan, ha obligado a realizar permanentes adaptaciones del lenguaje, en un proceso que seguramente no se detendrá con el hallazgo de la designación hoy aceptada.
El viernes pasado, en una Tertulia celebrada en EL HERALDO, personas de varias edades con distintos tipos de discapacidad, sus familiares y representantes de organizaciones dedicadas a atender estos casos contaron su experiencia. Lo que allí se escuchó fueron historias conmovedoras de luchas, de esfuerzos de superación, de afectos sin límite... y, también, de dificultades y soledades ante situaciones para las que muchos de los presentes no estaban preparados.
De acuerdo con los datos de la ONU, cerca de mil millones de personas (uno de cada siete habitantes del mundo) presentan alguna discapacidad. Más de cien millones de ellos son niños. Y el 80% del total viven en países en vías de desarrollo. Las cifras reflejan la extensión del desafío y el desequilibrio socioeconómico en que se manifiesta la discapacidad.
En Barranquilla, en concreto, hay mucho trabajo por delante. En nuestra ciudad, al igual que en otras ciudades de la región y el país, no existe siquiera un censo fiable, integral, de personas con discapacidad. Sin esa brújula, y sin unas políticas públicas mucho más decididas de las que se han puesto en marcha, nunca podremos ponernos a la altura de países más desarrollados en la materia.
Tal como lo señalaron algunos participantes en el encuentro del viernes, ya no basta con la “inclusión” para resolver el problema. No es suficiente con que se coloquen semáforos sonoros para orientar a los ciegos o que se multipliquen las rampas para las sillas de ruedas. Hay que avanzar al mismo tiempo en la “integración”. En la capacidad de nuestra sociedad para absorber, en condiciones de normalidad, a las personas con discapacidad.
Es cierto, como lo subrayaron varios participantes, que la fuente primordial de apoyo para estas personas es su familia. Pero la sociedad en su conjunto tiene la obligación moral de implicarse en esa titánica tarea. Una fecha como hoy debería invitarnos a todos a una reflexión al respecto.