Que el Premio Nobel de la Paz haya sido entregado este año a la Campaña Internacional para la Abolición de Armas Nucleares (Ican, por sus siglas en inglés), un colectivo que reúne a 460 ONGs de cien países, es una clara señal de advertencia del comité noruego a la humanidad, sobre lo mucho que debe preocupar este tema en medio del clima de tensión que se vive entre Estados Unidos y Corea del Norte, al igual que por la incertidumbre sobre el futuro del pacto atómico con Irán.
La decisión del comité se da en pleno resurgir de la amenaza de un conflicto nuclear, lo que no se vivía desde la Guerra Fría. Por eso los analistas han tomado el hecho como un llamado a las potencias con arsenal atómico para que se sienten a negociar la eliminación gradual de por lo menos 15.000 ojivas de las que se tiene conocimiento.
Con el premio, el comité da un espaldarazo al papel de este colectivo en la toma de conciencia sobre el poder destructor de las armas nucleares, al tiempo que reconoce su trabajo para concretar un tratado internacional que prohíba el uso de este tipo de armamento.
Se trata del Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares, cuyo texto fue aprobado en julio en la ONU con 122 votos a favor y uno en contra. Sin embargo, la abstención llegó a más de un tercio de los miembros, incluyendo, nada más y nada menos, que a las nueve potencias nucleares y casi todos los miembros de la Otan
La Campaña contra las armas nucleares se impuso sobre 215 individuos y 103 organizaciones nominadas, y sucede al presidente colombiano Juan Manuel Santos, quien fue el artífice del acuerdo de paz con las Farc.
Así como ocurrió con Santos, el Nobel de este año busca consolidar un tratado que aún no cuenta con el respaldo que garantice su éxito, en este caso el de las potencias que compiten en la carrera nuclear. La más poderosa de ellas, al mando del presidente Donald Trump, ha advertido que estudia la posibilidad de romper el acuerdo logrado con Rusia, China, Francia, Alemania, Gran Bretaña e Irán, por el cual esta última nación se compromete a dejar atrás su programa nuclear, ya que “no es favorable a los intereses nacionales de Estados Unidos”.
Esto, sumado a la crisis con Corea del Norte, cuyo líder, Kim Jong-un, mantiene al mundo en vilo con la posibilidad de desatar una guerra nuclear en cualquier momento, hace más que meritorio un reconocimiento que busca ser un llamado al oído no de las potencias atómicas sino de la humanidad en general.