Si los peores presagios se confirman en torno a la empresa Merlim Network, nos encontramos ante un nuevo escándalo de estafa piramidal que dejará, lamentablemente, un considerable número de damnificados.
En su edición de ayer, EL HERALDO dio en exclusiva la noticia de que una muchedumbre había acudido anteanoche a la sede de la empresa, en el barranquillero barrio Boston, para exigir a sus dueños las ganancias prometidas en el negocio.
Este consistía en que, a cambio de una inversión de hasta 930 dólares, el cliente obtenía un jugoso dividendo diario durante seis meses. Su único compromiso era dedicar media hora diaria a jugar con una aplicación de juegos que le suministraba la empresa, la cual, supuestamente, cobraba también un dinero a firmas que le ponían publicidad en dichas aplicaciones. El cliente también podía ganar una sustanciosa suma por cada nuevo miembro que integrara en la red.
Hace algo más de un mes, la Superintentendencia de Sociedades, atendiendo unas primeras quejas que se presentaron en Bogotá contra Merlim Network, advirtió que este negocio se estaba desarrollando fuera de su supervisión y control. Sin embargo, la empresa siguió operando como si nada, con las consecuencias que apenas estamos empezando a conocer.
Más allá de los resultados que puedan arrojar las investigaciones en este caso, cabe hacer una reflexión sobre los peligros que comportan ciertos negocios que ofrecen al consumidor tasas de retorno generosas sin aparente riesgo. Estas ofertas son, por lo general, anzuelos con los que unos avivatos intentan captar incautos, quienes por necesidad o codicia anhelan multiplicar su capital por la vía rápida.
Quienes se prestan para estos tejemanejes resultan con frecuencia engañados y pierden su inversión (en ocasiones todos sus ahorros). Pero lo peor es que muchas víctimas temen denunciar el fraude porque el negocio en que han participado se desarrolla en un limbo legal, cuando no en abierta ilegalidad.
En el caso de Merlin Network, empresa con sede en Barranquilla y ramificaciones en tres países, hay que esperar que la justicia actúe con celeridad. Y que, si se constata la ocurrencia de una estafa, los autores paguen por su delito. Las instituciones no deben escatimar esfuerzos para combatir este tipo de embelecos piramidales que tantos estragos ha causado en nuestro país.
Y los ciudadanos, por su parte, deben tener mucho cuidado con los atajos sospechosos para aumentar el capital. Pueden acabar convertidos en cómplices de un delito y, por si fuera poco, hundidos en la ruina.