El expresidente Álvaro Uribe dio el viernes pasado un paso inaceptable dentro de su frenética actividad en las redes sociales, al calificar al periodista Daniel Samper Ospina de “violador de niños”.
En un Estado democrático, más allá de las derivaciones judiciales que se puedan desprender del incidente, el trino del exmandatario y senador de la República no merece otra reacción que la repulsa, pese a los intentos del propio Uribe de matizar con posterioridad sus palabras. Estamos ante un tipo de mensajes que pueden causar un daño enorme al destinatario, por aquel viejo principio del “calumnia, que algo queda”.
En diversas ocasiones nos hemos referido en este espacio editorial al fenómeno de las redes sociales. Hemos señalado que, si bien son instrumentos de enorme utilidad para la comunicación y el conocimiento, también pueden ser plataforma para propagar y magnificar el insulto y la mentira, como ha sucedido en este caso concreto y como ocurre, lamentablemente, en muchos otros episodios con diversos protagonistas.
Los esfuerzos por evitar los excesos en las redes sociales no han dado los frutos esperados. Mientras llegue el día en que las hoy turbulentas aguas se encaucen por la senda del sentido común y el respeto, sería aconsejable que las personalidades con ascendencia en la sociedad den ejemplo y contribuyan a fomentar una discusión política con altura, sin claudicar por ello a sus posiciones ideológicas.
A Álvaro Uribe le cabe una responsabilidad especial en esta tarea por su condición de exjefe de Estado. Su enorme influencia en una parte considerable de la población colombiana, que se refleja en los más de cuatro millones de seguidores de su cuenta de Twitter, debería obligarlo a ser riguroso en sus opiniones y afirmaciones. Lamentablemente, son ya varios los episodios como el de Samper Ospina en que se ha visto inmerso el exmandatario.
No nos cansaremos de repetir que el mejor favor que se puede hacer a un país es contribuir a la convivencia pacífica de sus ciudadanos. Ello no exige, ni mucho menos, hurtar a los colombianos el debate público, sino orientar este por cauces en que prime la razón sobre las emociones.
Por supuesto, este empeño no debería ser obligante solo para el expresidente Uribe. Las redes sociales se han convertido para muchos en un enconado campo de batalla donde impera el principio ‘todo vale’, y en algún momento habría que poner coto a esta intolerable situación.
Sin embargo, esta constatación sobre los abusos generalizados en Internet no puede llevarnos a diluir la responsabilidad del exmandatario en la difusión de un trino que nunca debió emitirse.