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Raro resulta el no ver jugar al Junior de Barranquilla en un fin de semana. La verdad que se siente raro. Se siente un vacío. Es como si en toda parte nos quedáramos sin tema.

Los contertulios en el estadio, en los estaderos, o en casa frente al televisor, se ausentan. Las gradas vacías, los establecimientos mostrando partidos viejos venden menos y las cervezas en casa no hay quién se las ‘gorree’.

Junior es un motivo para todo y para todos. Los negocios se terminan hablando del Junior. Las discusiones políticas se terminan alrededor del Junior. El abrazo entre amigos, que no se veían hace largo tiempo, va acompañado por el famoso ¡ajá y Junior qué!

Junior en las oficinas, Junior en las escuelas, Junior en los centros comerciales, Junior en los taxis y buses, Junior en los restaurantes.

Junior une y desune, Junior origina abrazos, pero también discusiones, Junior un día es bueno y al otro día es remalo.

Esa ausencia de Junior, en el puente pasado, es la confirmación de todo eso. Junior no sólo es el pan nuestro de cada día sino el almuerzo y la cena.

El escudo del Junior está en las tiendas de barrio, se pasea en los buses y taxis de la ciudad, en los carritos de comida rápida, en las gorras y camisetas piratas, en los puestos de frutas, en las medias y calzoncillos chinos que se venden en el Paseo de Bolívar a mil pesos la docena y hasta en los moteles del amor, bueno, eso me han contado algunos amigos.

Cuando Junior no juega, los mensajes por WhatsApp escasean. No hay fotos desde el estadio, no hay mensajes de felicidad o de empute, no hay análisis de los juegos, no hay diatriba contra el jugador al que tienen de ‘monita’.

Extrañamos el ‘jopo’ de gol, el jugador crack, el jugador maleta, si el técnico hizo bien o mal los cambios, las críticas en las victorias y las derrotas, o si el árbitro es tal por cual.

Junior es un motivo, para lo que sea. Junior es el equipo del alma y los distanciamientos son un pretexto para los abrazos de reconciliación que vendrán con las victorias.

Junior es un sentimiento único e irrepetible. Hay que vivirlo, sin tanta carreta...