En el fútbol nuestro hay campeones que van pasando raspando el calendario Todos x Todos y la semifinal, pero ganan la final en partidos épicos. Junior nos ha dado unas finales, de comer uñas y herniarnos, que han terminado en estrellas para el glorioso escudo rojiblanco.
He notado la tendencia en Farías de revolver el agua cuando está tranquila. Desde que dijo con cara feliz que “hemos trabajado duro, exigente. Por primera vez hubo hasta puños, puño normal entre hombres”. O cuando retó a José Hugo Illera justo cuando el equipo había ganado cinco partidos consecutivos y navegaba en aguas mansas.
Al dinero hay que ponerlo a producir, de lo contrario se deprecia y, en esencia, no es ahorro sino pérdida.
Al Juniorismo se le olvidó perder y, la derrota ante el Pereira, cayó como una centella de media noche.
Que murió Foreman, que murió Jorgito, que murió Gatti, que murió el Papa Francisco. No hay manera de escapar a la muerte. Eso lo vamos entendiendo a medida que caminamos la vida. No hay forma de escapar a lo único seguro después de nacer.
Junior mereció más que sólo un empate ante el Tolima. El empate 0x0 no es que sea malo, al contrario. Se sumó un punto más y está arriba, donde debe estar siempre.
Ha viajado Jorgito Bolaño a ese sitio insondable que es la santa paz del Señor.
El fútbol se ve, como lo ven los amigos en las gradas. Cada fase del partido se comenta, se compone, se desarma y se recompone. Con palabras sencillas, sin términos rebuscados o extranjerismos.
Ha sido tan enrevesado este proceso de César Farías en el Junior de Barranquilla que hasta festejamos, con bombos y platillos, una victoria sobre Llaneros, el equipo recién ascendido.
El técnico de Junior estaba siendo cuestionado por los malos resultados y ahora respiró luego del triunfo 2-1 ante Millonarios en el estadio Metropolitano.