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Es un ritual de maravillosa descarga emocional. Es una suerte de pacto grupal de entregarlo todo una vez se pise el gramado y comience la competencia. Es la ceremonia pre partido para recordar por qué y por quién se juega. Es el momento de encuentro para afirmarse en sus virtudes, en sus sueños y para blindarse de sus temores. La arenga busca llegar a los repliegues del alma. Busca no solo estimular la fuerza de las piernas, también la fortaleza del corazón.

Los camerinos de los estadios han sido testigos de las más variadas arengas, unas que acudieron al recuerdo familiar, otras al estímulo del premio económico, y muchas más que recurrieron a las virtudes propias, a los defectos del rival, a la historia, a las luchas y vicisitudes infantiles, a la “venganza” por un rival que ofendió.

El lenguaje que se usa para arengar en un camerino —de cualquier deporte— no es el más académico.

Antes del clásico del Valle del Cauca entre América y Cali, se pudo ver, a través de un video, una breve arenga de Juan Fernando Quintero, (debo reconocerlo, hasta ahora tenía la impresión de que Quintero no era de esos que toman la palabra antes de los partidos), que generó mucho enfado en muchos hinchas del Cali. A mi juicio, lo único que hizo Quintero fue recordarles a sus compañeros que anímicamente el rival no podía estar mejor que ellos porque tenían inconvenientes económicos, entonces había que “pisarle la cabeza”. Ya les dije que no es lo más académico. Pero tampoco, y esto para los que nunca han estado en una arenga futbolera, es literal.

En relación a las muchas arengas en las que estuve, o lideré, o conocí por otros futbolistas, esta de Quintero fue de lo más “suave” que he conocido. Eso sí, provocó lo que provoca uno de sus precisos remates: aplausos afuera, irritación en el rival.