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Caterine Ibargüen, plata en el Mundial de Londres-2017, cedió su corona en el triple salto a Yulimar Rojas, pero hace tiempo que la colombiana dejó una huella histórica en el deporte de su país, que ya nadie podrá borrar.

Ibargüen, con 14,88 metros, a tres centímetros de 14,91 de Rojas, es la gran responsable del interés creciente por el atletismo en Colombia y se ha convertido en un icono no sólo nacional sino para las mujeres latinoamericanas por su personalidad arrolladora y su espíritu de superación.

Sus dos títulos mundiales (2013, 2015) encadenados al oro olímpico (2016), le confirmaron como nueva estrella, aunque ella siempre tuvo los pies en el suelo y solo dejó de tenerlos para dar sus zancadas en la pista, que estuvieron a punto de darle otro metal dorado.

En una presentación pública de uno de sus patrocinadores para los Juegos de Rio-2016, en Bogotá, acudió con su mamá, Francisca Mena, precisamente la mujer a la que tomó prestados los zapatos para su primera competencia.

Francisca tuvo que ir a trabajar a Turbo (Antioquia), debido a la situación de precariedad de la familia.

'Caterine la Grande' creció en un hogar con pocos recursos, de gente trabajadora y acostumbrada al esfuerzo, alrededor de su abuela Ayola, a la que acostumbra a señalar como su gran referente.

'Mi abuela marcó mi vida. Ella fue la que me dijo que el deporte era una oportunidad, que lo hiciera bien, porque así podía brindar un futuro mejor a mi mamá y a la familia', explicó en aquella intervención.

'He tenido como modelos a mujeres. Las mujeres han sido muy importantes en mi vida', ha insistido en varias ocasiones, destacando cómo su madre y abuela se levantaban muy temprano para que la familia pudiera salir adelante.

'P’alante'

Nacida en Antioquía hace 33 años, en Apartadó, la separación de la familia y las circunstancias le hicieron madurar antes de tiempo.

En su proceso de crecimiento llegó a estar acomplejada por su altura, hasta el punto de pedir a su madre que consultara con algún médico sobre ello.

Puerto Rico es una etapa esencial en la carrera de Caterine Ibargüen, que se trasladó allí para cursar estudios de Enfermería, siguiendo los pasos de su gran amiga Elicieth Palacios. En las prácticas en el hospital se ganó pronto la simpatía de todos y los pacientes querían que fuera ella la que les atendiera. Los que no sabían cómo se llamaba se referían a ella, cariñosamente, como ‘La Negrita’.

En Puerto Rico empezó a trabajar con su entrenador cubano, Ubaldo Duany, que dirige sus pasos desde entonces.

Fueron años de madrugones a las seis de la mañana, antes de jornadas en la universidad, y en los que probó distintas disciplinas del atletismo. A sus primeros Juegos Olímpicos (Atenas-2004) y a su primer Mundial (Helsinki-2005) fue en salto alto, aunque luego Duany lo tuvo claro: Caterine era 'triplista'.

Y las medallas cayeron: bronce mundial en Daegu-2011, plata olímpica en Londres-2012 y los oros encadenados en los Mundiales de Moscú-2013, Pekín-2015, además del título olímpico de Rio-2016. A ello se suma la plata de Londres-2017.

Pero entre medallas y podios, nunca olvidó sus raíces, hablando siempre que es posible antes de cada competencia con las 'mujeres de su vida' y llevando los aretes de la suerte que le regaló su madre Francisca.

Porque Ibargüen es, sobre todo, una mujer de costumbres.

Otro de sus rituales es escuchar música, una de sus grandes pasiones, y tiene un vallenato que le motiva y que le ayuda a disparar la adrenalina previa a la competición.

'Cada quien tiene en la vida su cuarto de hora, que lo motiva, que lo entusiasma a ser triunfante. Es un momento de buena suerte que uno lo adora. Es mi momento, esa es mi estrella y voy p'alante': así empieza ese vallenato de Silvestre Dangond, 'Mi propia historia', con la que Caterine pasa a 'modo ON' y sus piernas-muelle le catapultan a la arena.

Porque Caterine, como bien le enseñaron las mujeres de su vida, siempre va 'p'alante'.

Y haber perdido el título mundial no cambiará eso.