Han sobrevivido los niños y es alegría Nacional, mundial. Los niños son, todos, vida y esperanza. La operación “esperanza” dió sus frutos.
“Los hijos del monte” fueron por días y por noches, nuestros hijos, hijos de todos. Con su encuentro, nos encontramos todos en el mismo sentimiento, cosa rara, poco común en nuestra geografía, en la que estamos acostumbrados al permanente desencuentro.
La vida en el asfalto, parece ser más peligrosa que la vida en la selva.
Gran esfuerzo humano de cientos de valientes, loable y plausible desde cualquier punto de vista, pero evidentemente, esta historia, está abrigada por un manto místico que es imposible omitir y poco sensato sería subestimar. La historia fantástica de lo que no toca.
El conocimiento sancestral abrazó a la entrega, dedicación y sacrificio del ejercito, juntos, arrojaron el resultado máximo, el soñado. Un trabajo en equipo sin igual. “La fuerza espiritual” como lo describió Luis Acosta, coordinador nacional de la Guardia Indígena, fue factor desicivo en el hallazgo. Ciertamente, sin ella, el equipo hubiera estado incompleto. El resultado no hubiera sido el mismo.
Me detengo en ello y me separo del hecho para reparar en la enseñanza, en el mensaje mágico que de todo se respira.
Una profunda invitación a lo simple. La relación del hombre con la naturaleza y con su espíritu, con su propia naturaleza y con su propio espíritu. Con su propia fuerza.
Nada es posible si no se activa esa fuerza vital: la fuerza espiritual! Sin ella, todo sucumbe, todo se marchita, no hay satélites que recepcionen los mensajes que la tecnología emite, no hay brigadas que triunfen, no hay dolores soportables, sin ella, no hay barreras derrumbables.
La fuerza espiritual moviliza la vida, la protege, la impulsa y la resguarda. Le da sentido a la lucha, proposito al camino. A ratos se abandona, la abandonamos. Se olvida, la olvidamos. Se permuta, la cambiamos. La dejamos en la trastienda por consideraciones del mundo mundano que alienta el pensamiento de lo terreno como herramienta de batalla que consolida el exito, pero tarde o temprano nos encontramos con el frío del desequilibrio que de ello proviene.
Cuando nos falta algo, cuando nos sentimos vacíos y sin rumbo, es cuando hemos perdido La Fuerza espiritual.
El pueblo indígena conocedor de almas viejas, defensor del orden natural, entre sus duendes y rituales, nos invita una vez más a recuperar esa fuerza, la fuerza espiritual, la que de cada uno provenga, nos invita y nos conmina a alimentarla para tener en nuestras manos viva la esperanza y para que no nos trague la selva, ni tampoco la ciudad.