La frase se la oí decir hace un tiempo a un interno del Hospital Psquiatrico Borda en Buenos Aires, Argentina. Lo dijo con tanta simpleza como profundidad, con desparpajo y absoluta certeza.
En 1991 nació radio La Colifata, un proyecto de gran impacto social, la primera emisora radial conducida por pacientes internos y ex internos de un recinto neuropsiquiátrico, y a su vez, la primera en darle parlante a la voz y al universo de sus protagonistas.
Lo que nació como un proyecto de salud mental y parte de una terapia que buscaba reconstruir el uso del lenguaje, cuya perdida es uno de los elementos asociados a la psicosis, así como modificar la idea de que los internos son gente peligrosa, se convirtió rápidamente en uno de los ejerciocios más nobles y respetables planteado por un medio de comunicación en el planeta, el cual, después de casi 30 años, sigue sanando y llevando mensajes al mundo mucho más valiosos de los que la “realidad” cotidiana propone.
Desde el momento en que conocí la inicitiva creé el hábito de consultarla, de oírla con atención con regularidad, con disciplina, con respeto y con admiración hacia sus creadores y participantes. Debo confesar, con el mismo respeto, que La Colifata suele brindarme más enseñanzas y alegrías que muchas otras radio frecuencias. Cartas de amor, cantos nostálgicos, galaxias de jardines, sueños de oficios inconclusos, relatos de juegos de fútbol que no terminan, validación por cosas tan bellas como caminar y respirar, un montón de sonrisas interminables, son alimento para el alma y contrastan con los titulares de homicidios, violaciones, extrorsiones, guerras, especulación, enfrentamientos religiosos, tiroteos, amenazas nucleares, persecuciones, odio y envidia que circulan con fuidéz por ciertas ciertas redes sociales y algunos medios de comunicación.
Creo que el mundo parece haber invertido el orden en algunas cosas, cable y antena sin limite al dolor y sus voceros. Se perdió el contacto con otras realidades, probablemente, más valientes y gratas. Nos llenaron de terror y nos quitaron la posiblidad de abrazar la sonrisa, escasamente nos permiten arrastrarla. Parece que nos llevaran a la imposibilidad de comprender que las frecuencias y sintonías son mucho más que un termino mediático para advertir canales de transmisión de un mensaje. No! están creadas también para encontrar valores empáticos que nos devuelvan la ilusión y nos permitan acceder a la imaginación para poder llegar donde queremos, para poder disfrutar del lugar donde no se pregunta lo obvio, ni se aborda lo esperado.
La colifata es uno de esos espacios dignos donde todo es posible, quien esté saturado puede identificarse consigo mismo a través de lo que no ha dicho por pena a ser tildado de “insano mental.”
Es un espacio más cuerdo que muchos otros que pretenden serlo, no tiene prohibiciones ni agendas, es orgánico, como lo define su creador Alfredo Olivera: “un proyecto ecológico de reciclaje de voces, palabras y sensibilidades que han permanecido en el olvido por no entrar en la lógica del mercado”
Y qué bueno salir de esa lógica y respirar otros aires.
Los colifatos son los “locos queridos” esa es la defición semántica, el termino es lunfardo, pero sin duda son mucho más que eso. Son ejemplo de otras posibilidades, son testigo de otros caminos, son protagonistas de otras escenas, son inspiración. Son tan necesarios los “locos queridos” en este mundo para hacer contrapeso al verdadero mundo loco y ese si, poco querido en el que vivimos y que por instantes parece no tener fin…
En fin, cuánto daría por más proyectos así, por más “Colifatos” como Virginia, a quien oí decir recientemente en el espacio: “Digamos la verdad no la mentira”