Salió de su casa muy temprano, como todas las mañanas subió a su carro amarillo con la convicción absoluta de hacer siempre lo correcto, sin titubear, sin importar el precio que tuviera que pagar por ello.
Era su conducta, su ética y su moral, las que conducían el vehículo, el Fiat mirafiori amarillo y el de su propia vida. Ese día rondaba por su mente una preocupación mayúscula, debía tomar una decisión que no era fácil para él.
Don Gustavo estaba acostumbrado a tomar decisiones de alto calibre en su oficio, era magistrado de la Corte Suprema de Justicia en el momento donde la extradición se debatía y era tema de primera página de un país invadido por el narcotráfico y sus delitos conexos. Pero el punto de su intranquilidad no era ese; sobre ese y muchos más, tenía claridad absoluta, el miedo no era parte de su equipaje.
Tenía unos días acumulados de vacaciones y quería hacer un viaje corto, con la intención de contemplar el sueño de su vida: tener un pequeño lugar para disfrutar, en el futuro, de su retiro y poder respirar cerca del mar. Al parecer el calendario no le ayudaba mucho y estaba a punto de declinar la idea.
El 7 de noviembre, fecha en la que era posible disponer de sus días de descanso, era también el cumpleaños de su hijo mayor. Don Gustavo consideraba que el amor era la salvación de todo, tenía por costumbre nunca faltar a las citas con el amor y el 7 de noviembre, cada año, tenía una, a la cual nunca había faltado y todo indicaba que esta vez, al margen del motivo, tampoco sería la excepción.
Por esas cosas de la vida y de las mamás, su hijo se enteró de lo que sucedía y que quitaba el sueño de su padre, entonces se acercó y le dijo: “Papa, no dejes de hacerlo por favor, no pierdas esos días, anda, se lo importante que es para ti, ya celebraremos a tu regreso, hazlo por mi.”
Extrañamente, Don Gustavo aceptó. Emprendió su viaje. El 7 de noviembre de 1985 el Palacio de Justicia ardía en llamas, la toma que había iniciado el día anterior se había extendido y estaba por dejar en la historia de nuestro país una página más cargada de sangre, dolor y muerte. Días después, con la impotencia por saber sus compañeros muertos y con la placa distintiva de su ofi cina corroída por el fuego como recuerdo único e imborrable, en medio de un dolor incalculable, Don Gustavo, entre llanto y gratitud, escribió una hermosa nota a Dios llamada: “Cuando el hijo le da la vida al padre” Si se hubiese quedado, su hijo entonces recordaría el día su natalicio como el día de la muerte de su padre. Los hijos son el amor, y como el amor, traen consigo salvación, nos enseñan todo lo que no sabemos, son respuesta, nos inspiran, nos conducen al lugar sagrado de la existencia y nos dan más vida de la que nosotros hemos dado a ellos. A nuestros hijos, mirarlos con respeto para entender que somos padres gracias a ellos, no al revés.
Esta historia, es blanca y es negra, la cito porque tiene como propósito seguir encontrando luz, en esta ocasión, encontrando vida en medio de la muerte. Ojalá entendamos que en la oscuridad hay una vela encendida que trae refugio y apacigua el dolor. Siempre existirá un pedazo de ilusión y debemos buscarlo de manera incansable y sin receso, más, en medio de un momento tan difícil como este y con realidades tan extremas donde la bruma aplasta la primavera.
Los personajes de este relato, como los de los anteriores, también existen, en esta ocasión puede conocerlos en el episodio 9 de ‘Palabras Pendientes’ disponible ya en todas las plataformas digitales de EL HERALDO. El periodista Gustavo Gómez, director de noticias de Caracol Radio, y su historia. Más allá de una noticia. Cuando el hijo le da la vida al padre.