El adagio popular: “La esperanza es lo último que se pierde” es el que debemos tener en nuestros corazones para este año que inicia, el 2021 convertido en el mejor regalo de Reyes Magos, y que debemos tratar de proyectar en este tradicional 6 de enero.
Y es que no queda otro camino, luego de las experiencias que hemos sufrido en el mundo entero producto de la pandemia, que nos ha llenado de incertidumbre y nos ha golpeado con fuerza, con cientos de pérdidas de vidas humanas sin distingos de credo, política o estatus socioeconómico.
Así es, inundados de una esperanza sin límites, porque no solo es la voluntad de Dios, sino que la ley de la naturaleza tiene sentido de compensación. El 2020 no es para olvidar, es para reflexionar frente a valores perdidos: individualismo fatigado de un egoísmo que se convirtió en costumbre, el valor a la vida al traste, una falta de solidaridad hacia los demás, desconociendo la búsqueda de armonía y convivencia, factores esenciales al interior de una comunidad culta y avanzada. Además, quizás uno de los aspectos más importantes, un desinterés por la sana relación familiar, que la ha llevado a la crisis más profunda, la célula más importante y sagrada de la sociedad.
Paradójicamente este encierro nos está dejando las bases para reaccionar en la recuperación y el fortalecimiento de la comunicación con nuestros seres queridos, cuando nos ha tocado por obligación estar integrados bajo el mismo techo en nuestros hogares.
El 2020 nos hizo evidente reconocer el buen manejo del tiempo y en muchos sentidos volver a lo básico, a pesar del boom de la tecnología y lo virtual. Hay quienes piensan que este es el año para olvidar, son en gran medida unos cobardes, porque a los grandes conflictos y crisis hay que ponerles la cara, sacar de allí sus enseñanzas, y en este caso la pandemia se ha comportado como un volcán en erupción de lecciones de vida para aprender por y para siempre… además porque tristemente y según los científicos no será la única que tendrá que soportar esta generación, infortunadamente hay más pandemias que se asoman en el camino, más pronto de lo que imaginamos y al parecer más graves.
La ecuación es sencilla, debemos recoger un modelo de construcción de valores esenciales que habían quedado en el abandono. En el tema de educación, formación moral y pedagógica, se hizo evidente la necesidad del salón de clases, la tertulia democrática al interior de nuestros colegios. Para expertos, la experiencia de la educación virtual funcionó a medias, los jóvenes están clamando retornar al colegio, lo social los abruma, los llama como un imán para consolidar lo presencial como alimento vital de una relación interpersonal auténtica, cálida y verdadera, cimiento del aprendizaje y la sabiduría.
El 2020 fue un año instructivo y para este 2021 debemos juntos iniciar una gran cruzada consistente en un franco movimiento hacia la esperanza que nos ayude a blindarnos, a reconocer errores de comportamientos del pasado y vivir la renovación con humildad, con capacidad de la práctica del perdón ante los demás, ante nosotros y porque no, ante la naturaleza golpeada por nuestra ignorancia y ambición descomunal.