Justamente cuando la humanidad divisa la luz al final del túnel y se ha iniciado la vacunación en varios países contra la Covid-19, llega una información inquietante Una encuesta del Dane señaló que el 44,2% de los colombianos no está interesado en aplicarse dicha vacuna en caso de que se encuentre disponible y solo el 55.8% está dispuesto a ser vacunado. Los resultados no son extraños si se observa que millones de personas consultan numerosos sitios antivacunas en internet que contienen un peligroso coctel de desinformación, teorías conspirativas y pseudociencia.. Esto muestra que si bien el desarrollo de la vacuna fue un reto gigantesco, convencer a la población de usarla será otro.
En el año 2016, antes de la aparición de la Covid-19, la investigadora española Emilia Lopera Pareja había escrito un libro hoy oportuno llamado El movimiento antivacunas: argumentos, causas y consecuencias. En esta obra muestra cómo el llamado movimiento antivacunas no es homogéneo. Hay gradaciones en sus actitudes, pues mientras algunos más radicales se niegan a emplear cualquier tipo de vacunas, otros solo se resisten a las más recientes.
Hace varios meses el cada vez más alucinado cantante Miguel Bosé, quien también ve fantasmas, afirmó en un trino que con el desarrollo de las vacunas los grandes grupos económicos encabezados por Bill Gates “nos quieren matar”. Tristemente, el llamado conocimiento experto ha venido siendo socavado desde algunos gobiernos en el continente americano. Hay quienes esgrimen argumentos religiosos alegando que las vacunas suponen una ruptura con el equilibrio natural de las cosas y les consideran algo que puede constituir una violación de la voluntad divina. Se encuentran además quienes perciben detrás de las vacunas una confluencia de intereses espurios de la industria farmacéutica. A ellos se suman los que dudan de su eficacia y quienes temen a los potenciales efectos adversos. Son muy numerosos los de alta formación educativa que se oponen porque defienden estilos de vida saludable y prefieren todo lo natural frente a lo químico, aunque usen diariamente dentífricos, colonias y desodorantes. Por último, encontramos a quienes deciden no vacunarse porque confían en que tarde o temprano los protegerá la inmunidad colectiva.
El problema es que si muchos deciden no vacunarse la inmunización de grupo desciende y puede resurgir la epidemia. La expansión de estas actitudes preocupa a la Organización Mundial de la Salud que ha registrado rebrotes de viejas enfermedades como la difteria que habían caído en el olvido social gracias a la vacunación. En consecuencia, la salud de muchos dependerá de la decisión de otros ciudadanos que, aunque libres, deberían ayudar a construir una sociedad del cuidado mutuo.
Quien esto escribe se vacunará como un acto de responsabilidad consigo mismo y con los demás. Como han dicho algunos expertos, en países como Colombia la duda no es si se aplican o no las inmunizaciones, sino cómo hacerlo con el mayor número de personas posibles para evitar más muertes. Optar por no hacerlo y contagiar a otros puede ser también nuestra última decisión. Ya lo dijo Jean Francois Revel: “La vida es un cementerio de lucideces retrospectivas”
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