La intoxicación ideológica suele actuar como uno de los alucinógenos más potentes y afecta tanto a individuos como a colectividades. Hace unos días el exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, convocó a una rueda de prensa para presentar las pruebas de las demandas por fraude electoral supuestamente cometidas por los demócratas y que le habrían arrebatado la presidencia a Donald Trump. La rueda de prensa fue calificada de demencial por algunos medios norteamericanos y de surrealista por otros. Escuchar sus señalamientos arbitrarios fue como montarse en la montaña rusa de las teorías conspirativas. Un Giuliani sudoroso e incoherente señaló a los autores del complot entre quienes figuraban los demócratas, el ya difunto presidente Chávez, Nicolas Maduro e, inevitablemente, el empresario de las finanzas judío George Soros.
El interrogante que siempre surge es ¿por qué los grupos extremistas culpan a Soros de estar detrás de todo tipo de conspiraciones en el mundo incluidas las tormentas solares y los huracanes? George Soros, nacido en Budapest en 1930 y cuyo apellido original era Schwartz, vivió su adolescencia bajo la ocupación alemana de Hungría con el riesgo de ser enviado a los campos de exterminio nazis. Pasada la guerra se trasladó a Londres en donde estudió filosofía y fue alumno del célebre racionalista austriaco Karl Popper quien creía en las llamadas sociedades abiertas, aquellas que son conscientes de sus imperfecciones y capaces, por tanto, de generar un mundo mejor.
De su propia experiencia vital y de su formación académica nació su rechazo a las ideas discriminatorias y a los regímenes totalitarios como los de Europa Oriental surgidos en la postguerra. Considerado como uno de los hombres más ricos del mundo, su abierto apoyo a estas ideas y sus donaciones de miles de millones de dólares a las causas en favor de la educación, la democracia, la paz y los derechos de las minorías, irritan a quienes promueven regímenes mesiánicos y autoritarios de cualquier espectro ideológico.
Lo anterior nos lleva a preguntarnos ¿por qué individuos o colectividades son tan proclives a apoyarse en las ideas conspirativas para explicar los hechos del presente y, en general, el curso de la historia? Las teorías de la conspiración son inevitables en las sociedades humanas. Aunque siempre han estado con nosotros, su ubicuidad en el discurso político actual es vigorosamente impulsada por las redes sociales. La facilidad de acoger las ideas conspirativas y diseminarlas se debe a que libera a las personas de la reflexión y el análisis. Así evitan el tener que lidiar con las complejidades de la historia. En vez de ello se señala a un chivo expiatorio que puede ser un individuo, una élite o grupos étnicos como los judíos, los indígenas y los gitanos.
De acuerdo con algunos psicólogos, un individuo que cree en una teoría conspirativa tiende a creer en otras. En consecuencia, mientras algunas personas buscan investigar y encontrar la causa del bajo rendimiento escolar de su hijo o por qué se les derrama con frecuencia la leche sobre la estufa, para otras no hay que preguntárselo: la culpa es de George Soros.
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