Un sacerdote es un pastor, un guía de la feligresía. Se debe a una doctrina estructurada a lo largo de miles de años; es imperativo que su mensaje sea nítido, simple, adherido siempre a los postulados de esa doctrina; no puede ser factor de perturbación, malinterpretación, ni desviaciones ideológicas o teológicas. Desde el párroco del más humilde barrio hasta el más encumbrado de los sacerdotes su mensaje no puede desviarse, so pena de ser él el desviado. Y si un sacerdote alcanza alguna figuración o importancia en la comunidad, con mayor razón debe ser cuidadoso de sus expresiones, pues ese mensaje supera los límites de su ámbito, y llega al creyente en forma indiscriminada.
Obvio que los sacerdotes son humanos y susceptibles de yerro. Pero la diferencia entre un buen sacerdote y un sacerdote nocivo es precisamente la sindéresis, la cautela en sus manifestaciones y actitudes. La Iglesia, como institución, debe estar pendiente del comportamiento de sus pastores, independientemente de la orden religiosa a la que pertenezcan. Y de corregir y sancionar cualquier desviación, sobre todo cuando el desviado pareciera considerar que su siempre eventual y efímera importancia personal está por encima de la perenne importancia de lo que representa. Si la institución no corrige el desvío incurre en la misma falla que está obligada a enderezar para que el postulado no se desfigure o malinterprete.
Hoy el catolicismo nacional enfrenta dos graves desviaciones que debe enderezar: El comportamiento del sacerdote jesuita Francisco De Roux, y el del Arzobispo de Cali Darío Monsalve. Éste, traicionando su investidura y con el equívoco argumento de los derechos humanos equivocados, es solidario con los auspiciadores del vandalismo y con los criminales bloqueos que asolaron a su feligresía. Su desorientador mensaje tildó de “genocida” la actuación de las autoridades que controlaban los desmanes y, pese al llamado de atención de la Nunciatura Apostólica, continuó manifestándose con claro sesgo marxista, cual vocero de la guerrilla. Dado que el llamado de atención no le bastó, ante su soberbia lo que corresponde es expulsarlo.
La tal Comisión de la Verdad ya se había aplicado en El Congo, Kenia y otros sitios donde buscaron disfrazar sus conflictos. Porque una verdad histórica se obtiene recopilando la información periodística, sin espurias comisiones. sólo compilaciones. Santos, autor de todos nuestros desastres, se copió y, claro, puso como jefe de semejante parapeto a De Roux, abierto simpatizante del eln y confeso admirador de terroristas como alias “Gabino” y Pablo Beltrán. Su desvergonzada tarea pretende tergiversar y hasta cambiar la historia de las sangrientas tomas, los secuestros, las masacres. ¿Desinteresado? ¡Nos cuestan 120 mil millones anuales! Que se despilfarran en tal disfraz que De Roux engreído luce.
Ojalá estuviéramos representados por sacerdotes como Eugenio Fenoy, que hoy se cumplen dos años de su lamentada ausencia. Porque los farsantes De Roux y Monsalve no nos representan a los católicos.
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