“Junio de 1979. El Hércules de la FAC sacaba a los colombianos del aeropuerto internacional al norte de Managua, pero nosotros vivíamos al sur, habría tenido que atravesar toda la ciudad en plena revolución, mientras que los aviones de EE. UU. salían del aeropuerto de Somoza al sur de la ciudad. Por tener un hijo estadounidense pude, gracias a una gestión desde la refinería de Exxon donde trabajaba, solicitar a la embajada la evacuación de mi familia. Si ves el video de Kabul, nos tocó idéntico: el convoy armado salió de la embajada de USA al aeropuerto Montelimar, su arribo estaba sincronizado con el aterrizaje del C-130 de la US Air Force. Primero suben los niños, luego los adultos, por último las maletas, una sola por familia, la casa la dejamos sola. El avión despega casi con la rampa abierta, soldados con ametralladoras M50 en las escotillas a cada lado, por si había fuego sandinista. De allí volamos a Panamá y luego a Colombia.” Testimonio de Carlos Vélez, compañero de colegio.
Las guerras también mueren. Por la variedad de sus orígenes y de sus imprevisibles trayectorias, aunque mueran de forma parecida, aunque en los estertores de su muerte se repitan escenas dramáticas y aunque éstas en Saigón, Managua y Kabul hayan incluido una vergüenza para EE. UU., resulta simplista juzgarlas a través de ese prisma. Sería como equiparar las vidas de Luis Carlos Galán y Pablo Escobar por la similitud de sus últimos minutos. Igual pasa con la vida después. Mientras Vietnam ha progresado con una mezcla de dictadura y capitalismo “a lo China”, el régimen de la Nicaragua “libre” no ha cesado de cercenar libertades y profundizar la pobreza. En Afganistán la prioridad fue sacar los talibanes del poder, no exterminarlos, lo que se consiguió en un par de meses, expulsar al Qaeda del país se logró en pocos años y eliminar a Bin Laden en una década. Pero hacer florecer una democracia nunca estuvo en el universo de lo posible, no, al menos, sin intentar una ocupación por generaciones en un pueblo tan primitivo. En el caso de Alemania ésta había conocido la democracia; Japón no, pero la suya es una sociedad muy civilizada; Corea tomó décadas y aún hoy, 70 años después, no es despreciable la presencia militar, la influencia de toda índole y su máxima sensibilidad estratégica. El agotamiento político tanto en EE. UU. como entre los aliados para seguir sacrificando dinero y vidas sin la expectativa de transformaciones sociales permanentes hacía cada vez más insostenible la posición de quienes defendían con respetables razones morales el “deber ser” de la permanencia.
Francis Fukuyama sugiere en The Economist el epílogo de esta saga: "No es muy probable que los Estados Unidos recupere su estatus hegemónico. Puede sí tener la esperanza de sostener, en conjunto con países de pensamiento semejante, un orden mundial amigable con valores democráticos. Pero el que pueda lograr eso no dependerá de sus acciones de corto plazo en Kabul, sino de la recuperación interna de un sentido de identidad y propósito nacional".
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