Cinco sospechosos fueron a dar donde un juez de la colonia británica. Cada uno confesó con pasmosa frialdad por qué lo mató él solo: por una deuda incobrable, una mujer compartida o una libra de opio perdida, cada uno narró ante el atónito juez dónde consiguió el arma asesina, a qué hora, cómo entró, cómo salió. No recuerdo detalles del cuento, apenas su título policíaco: “El caso del cantinero Chao”, estaba en un libro de lectura. Tendría yo unos doce años la última vez que lo tuve en mis manos. Regresó a mi memoria, como con un clic, por la confesión no solicitada ni esperada de las FARC del asesinato de Álvaro Gómez Hurtado.

Los detectives occidentales de realidad y de ficción brillan esclareciendo quién tuvo la culpa. La pandilla de orientales que asesinó a Chao comprendía que para la justicia es más difícil demostrar quién no la tiene y que muchos jueces pueden preferir dejar cinco culpables libres antes que un inocente condenado. La otra pieza sustancial de esa estrategia, la complicidad, ya había sido explicada muchos siglos antes: “…la garantía de recíproca fidelidad se basa en la transgresión perpetrada en común”.

En la tradición judeocristiana, desde aquel “¿Acaso soy yo guarda de mi hermano?” del primer fratricida bíblico, hasta el “Aquí estoy y aquí me quedo” del presidente que no vio el elefante en la sala, además de ser presunto involucrado en este caso en cuestión, las coartadas de los infractores, de los delincuentes, de los adúlteros, buscan habitualmente negar, negar y negar. Las FARC lo han practicado hasta la burla con el reclutamiento sistemático de menores, con las violaciones sistemáticas de niñas y sus abortos, con los sistemáticos secuestros de las víctimas que buscaron y de las que les cayeron en alguna “pesca milagrosa”. Muchos colombianos sufrimos o supimos de cerca sus atrocidades.

“Tardía y extraña confesión” resultó para el exfiscal Alfonso Gómez Méndez la versión fariana del crimen y “un desafío a la verdad” para el caricaturista Vladdo, ambos firmes solidarios del proceso de paz, muestra diciente de la sorpresa colectiva. Sorpresa devenida en el caso del respetado padre de Roux en estupor, estado en que el asombro nubla la lucidez. Él nos pide creerle a las FARC, hacer un nuevo acto de fe en lo que nos dicen luego de la tragicomedia de Santrich y del negacionismo del que han hecho gala por tres años ante la JEP. En días recientes alguno de ellos utilizó la palabra “secuestro” en lugar de “retención” y otro admitió que “hubo casos” de reclutamiento forzado ¿destellos de la postergada verdad acaso para desempañar su credibilidad en vísperas de la inusitada confesión? “Fe es creer lo que no vemos porque Dios lo ha revelado”. El escepticismo es una mejor guía siempre que se trate de esclarecer la verdad.

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