Ante la frase “Los amigos tontos son los que nunca te traicionan”. Tal vez esta sea una frase infeliz, y sin embargo, lo que resulta verdaderamente descorazonador es que a veces puede llegar a ser muy cierta. Quizás por eso la historia nos comenta que algunos desconfiados reyes de antaño preferían que sus altos funcionarios no gozaran de demasiada inteligencia, pues sabían que un cortesano inteligente podría utilizar su astucia contra ellos, mientras que un cortesano mediocre, al no tener capacidad de pensar por sí mismo, obedece fielmente a su amo sin siquiera contradecirlo en sus faltas.
En estos últimos días se ha producido una suerte de crisis ministerial en el gobierno. En menos de un año diez de los dieciocho ministros han sido desvinculados de sus cargos. Algo cuanto menos insólito para cualquier país que se considere políticamente serio y estable.
En un principio, relevar a todo el gabinete no tendría nada de malo si es que en efecto se comprueba la incompetencia de los ministros en el desempeño de sus funciones. En tales eventos el presidente no solo tiene el derecho sino también la obligación de despachar cuantos ministros le convenga al país. Pero ciertamente no nos encontramos en tal situación, pues si de ineptitud administrativa se tratara, la primera persona en tener que ser reemplazada de su cargo —por razones más que obvias— tendría que haber sido la ministra de minas y energía ¿no?
Pero entonces, ¿por qué sacan a personajes más bien moderados como Ocampo (ministerio de Hacienda), Alejandro Gaviria (ministerio de Educación) y Cecilia López (ministerio de Agricultura); y en cambio dejan a funcionarios como Irene Vélez (ministerio de Minas y Energía) conservando sus sillas? ¿Acaso todo se debe a reprochables y monárquicas razones políticas?
He de advertir que el decoro no me permite emitir un juicio de valor contundente ante estos interrogantes, pero tiendo a creer que la frase del principio contribuye a su respuesta.
Andrés C. Palacio