No es mentira que Hernán Darío Gómez tiene a varios jugadores de Junior fastidiados e inconformes con su forma de trabajar. No es invento que lo miran como un entrenador de “la vieja escuela” que prescinde de terminología y maneras de la actualidad.
Tampoco es falso que sus tácticas y prácticas están enfocadas en mantener el orden y las tareas defensivas, y que el ataque lo deja a la inspiración individual de los hombres con vocación ofensiva. Él mismo lo ha admitido en varias entrevistas. Y no todos comulgan con ese estilo que lo ha caracterizado en su trayectoria como entrenador.
Sí es verdad que la decisión de excluir a Sebastián Viera y Carlos Bacca de sus planes cayó muy mal en el plantel. Los futbolistas vieron con malos ojos el trato que le dio al delantero porteño, a quien prácticamente mandó al retiro en varias declaraciones.
También es cierto que ‘Bolillo’ Gómez, algo que él mismo corroboró, le dijo a Juan Fernando Quintero que no sería titular riguroso en el inicio de la temporada y que lo iba a “llevar de a poco”.
A pesar de todo eso, Quintero no debió reaccionar como un niño caprichoso y salir corriendo a ponerle quejas a Fuad Char y a decirle que se quería ir porque ‘Bolillo’ le expresó sus intenciones de sentarlo.
Eso, además de infantil, inmaduro y cobarde, no es correcto ni justo con la afición rojiblanca a la que tanto ilusionó, más con mensajes en redes sociales y declaraciones en los medios que con fútbol, porque pasó más tiempo en el departamento médico que en la cancha en el primer semestre. Solo jugó siete partidos (seis de Liga y uno de Copa Sudamericana).
Le falló y decepcionó a la hinchada que tanto clamó por su llegada y que llenó el Metropolitano para darle la bienvenida y para apoyarlo en cada partido. En un momento de la campaña cantó: “Que se vayan todos, que se quede ‘Juanfer’ solo”.
Pero Quintero, en lugar de tener gratitud con la fanaticada y afrontar su situación con la valentía, compromiso y profesionalismo de Bacca, que ha seguido para adelante contra viento y marea del mismo ‘Bolillo’ en su lucha por marcharse de Junior por la puerta grande (como debe ser), prefirió hacer la fácil, la cómoda, decir que no encaja y abandonar el barco. Algo que nunca debe hacer un verdadero capitán, un auténtico líder. Se portó, a sus 30 años, como un ‘pelao’ pechichón.