Junior sigue vivo. Por increíble que parezca, el equipo rojiblanco, que viene sudando la gota gorda para poder anotar un golcito, todavía tiene opciones de clasificación a los cuadrangulares semifinales en medio de una Liga con rendimientos colectivos e individuales totalmente irregulares, en la que cualquiera le gana a cualquiera, más allá de su posición e inversión.
De esa inestabilidad generalizada, que debe tener muy contentas a las casas de apuestas (porque acertar presagios en el fútbol colombiano no es una labor sencilla en la que basta ‘lógica’ deportiva), no escapa ningún equipo. Ni siquiera los que más dinero invierten en nómina como es el caso del club rojiblanco.
‘El Tiburón’, que paga grandes sueldos a buena parte de sus jugadores, puede caer con el Pasto que es un equipo que suele armarse cada seis o 12 meses y que a veces se retrasa en el pago de las quincenas (ahora está al día y es líder).
Lo que cuesta la plantilla juniorista, y la enorme diferencia con respecto a otras en el país, no se está viendo reflejado en el terreno de juego. Los directivos tendrían que atinar más en sus inversiones, asesorarse mejor y planificar más. Proteger, acompañar de cerca y ser más celosos con esa inversión. Que las contrataciones sean producto de un análisis profundo y riguroso para reducir las frustraciones con supuestas ‘figuras’ que se desinflan al llegar al club.
De todas formas, en un campeonato de 20 equipos, que clasifica a las semifinales a ocho, casi el 50%, es posible seguir en carrera por el título con una temporada mediocre y a pesar de las equivocaciones en la confección de un plantel.
Si Junior gana los dos partidos que le restan, ante el ya descendido Cortuluá, y el ya eliminado Jaguares, muy probablemente se meterá en los cuadrangulares con 31 puntos (solo la mitad más uno de los 60 que estuvieron en juego), y de pronto, como el Cali de Dudamel o el Nacional de Hernán Darío Herrera, termina festejando el título con el envión anímico por la clasificación y con la motivación monetaria que suelen poner sobre la mesa sus dueños.
“No merece clasificar”, he escuchado y leído. Sí, puede ser, pero si nos ponemos a ver la apretazón y cercanía de puntos que hay en la tabla, ninguno lo merece.
Lamentablemente así es esto. Ni modo. La estrella de campeón no se le da al que más puntos acumule a lo largo de un año, como en las grandes ligas del mundo, lo que obliga a que los equipos estén a fondo todo el tiempo en la lucha por el liderato, la clasificación a los torneos internacionales y por evitar el descenso. Se le da al que le suene la flauta cuando lleguen los cuadrangulares.
El punto de esta columna es que Junior, independiente del modelo del campeonato, le debe apuntar a otra cosa, a marcar diferencia de verdad verdad durante toda la temporada, a hacer valer en la cancha todo lo que invierte. Con una mejor estructura y seguimiento dirigencial a lo que acontece deportivamente en la institución. Es decir, no solo darle las llaves del club al entrenador de turno y sentarse a esperar buenos resultados.
Que con Julio Comesaña, Juan Cruz Real, Arturo Reyes, Luis Amaranto Perea o cualquier otro, no importa el nombre, el solo entorno institucional exija a los jugadores y los invite a ser profesionales, ambiciosos y bien preparados, que no escojan partidos, que no se sumerjan en altibajos eternos que solo se remedian cuando se acerca una renovación contractual, que no sean tiros al aire que hoy caen bien, mañana mal y después quién sabe, que Junior no pase de la ilusión a la decepción tan seguido, de lo sublime a lo ridículo tan fácil. Estabilidad, regularidad, solidez.
Si se sigue haciendo lo mismo de siempre, no se obtendrán resultados diferentes. Nada cambiará. Mejor dicho: sin importar lo que suceda con Cortuluá y Jaguares, si se mete o no a los cuadrangulares semifinales, si gana o no la Copa Colombia a Millonarios, es momento desmarcarse de tanta mediocridad.