Muchos pensamos que Colombia iba ‘a catar’ por lo menos tres clases de goles en el partido de anoche. Creímos que apenas saboreara el primer fruto de su buen juego, el dulce sabor del triunfo se degustaría en gajo.
Con el paso de los minutos, mientras los jugadores de Colombia se ‘comían’ los goles, nosotros nos tuvimos que tragar nuestros pensamientos y palabras y masticar la amargura e impotencia de ver que el combinado patrio llegaba una y otra vez, de todas las formas posibles, sin poder desahogar el anhelado grito.
Por muy maduro que se viera el golcito, nada que caía.
Catar hizo sudar petróleo a Colombia. Nunca pensé que era tan fácil como Tahití, pero tampoco creí que resultaría un hueso tan duro de roer. No sé si por total virtud de ellos o por fallas ofensivas nuestras. Seguramente que por ambas.
En todo caso, el marcador es mentiroso. El 1-0 final no refleja la enorme superioridad que Colombia evidenció sobre el actual campeón de Asia durante el trámite del juego disputado ayer en el estadio Morumbi. El combinado patrio atacó por los costados, por el centro, por arriba y por abajo sin poder estampar la firma en la red rival.
Se estaba enredando ya el triunfo y la emoción de la victoria 2-0 ante Argentina hasta que James Rodríguez, al minuto 85, ya en la agonía del juego, dio a luz uno de esos pases que iluminan y que solo los jugadores de su estirpe, de su categoría, de su calidad, de su fino paladar saben preparar.
James, que es de aquellos que transpira y se inspira, levantó la cabeza, pensó y le puso un pase a Duván Zapata o Falcao García (que también fue en busca de la pelota), a quien la alcanzara.
A esa altura, con la pólvora mojada, Colombia ya jugaba con sus dos principales artilleros para ver si daba en el blanco y lograba la diana. Fue más difícil y sufrido de lo esperado, pero era lo mínimo que debía hacer Colombia. Había que ganar así costara cataratas de sudor.