La vida loca, el dinero fácil y la corrupción son fenómenos sociales de nunca acabar en Colombia. El más reciente espectáculo del fútbol se vio empañado por un mal comportamiento de algunos colombianos en el partido Colombia-Argentina en la final de la Copa América de fútbol en Estados Unidos.
No se equivocan los estudios serios que concluyen en que la corrupción es el factor más desestabilizador del desarrollo de nuestro país. Sea entendida como un comportamiento reiterado de unos pocos o como una cultura generalizada, la corrupción es un comportamiento nacional que desangra las finanzas del Estado Colombiano.
Un hecho de corrupción en nuestro país es olvidado por otro de más grave y de más reciente ocurrencia. La gravedad del asunto estriba en la justificación que de este fenómeno se hace desde varios estamentos de la sociedad.
Por ejemplo, el ciudadano promedio que justifica meterse a la brava a un estadio sin pagar una boleta es tan corrupto como el servidor público, quien desde las instituciones es agente, participe, cohonesta, o se hace el de la “vista gorda”, de cara a actos de corrupción administrativa que le rodean.
Muchos foros económicos especializados han definido que un país es inviable cuando su sistema social, político, o económico no puede sostenerse de forma natural, y, por tanto, en ausencia de reformas profundas o asistencia externa, colapsará.
Colombia se tornará en un país inviable si no pone fin a la corrupción de nunca acabar. El estigma de la corrupción nos ha acompañado por lustros bajo la retina permisiva de todos.
Si se requiere una reforma estructural profunda en Colombia para combatir la corrupción es la que permita transformar, de un lado, los órganos de control y de otro, la administración de justicia.
Ante el fenómeno de la corrupción se imponen nuevos valores ciudadanos, un cambio cultural, ético y moral de la nación. Es la única manera, el camino o nueva ruta, para que tanto el ciudadano desde la familia como los servidores públicos, cambien el paradigma de la corrupción por el de la honestidad y transparencia.
La corrupción requiere como lo pregonaba Álvaro Gómez Hurtado “volver a lo fundamental”, que no es más que fortalecer la institución familiar fundada en el respeto, en la construcción de férreos valores ciudadanos, éticos y morales, que permitan la edificación de un nuevo hombre, de un ciudadano novel.
Por supuesto, se requiere una administración de justicia fuerte, independiente, pronta, cumplida y justa. Pero, sobre todo, acabar la corrupción hace imperativo unas relaciones sociales basadas en el respeto por el otro, por el menesteroso, el opositor y por quien no piensa como nosotros. La lucha para acabar la corrupción inicia por usted y por mí.