En medio de los cuatro días finales de los carnavales (porque estos comienzan realmente apenas pasa la Navidad en nuestra ciudad), en medio de la turbulencia que nos hace querer pasar de una diversión a otra, hay una ilusión que se cuela y va haciendo mella, cual veneno invisible, durante el resto del año.

Pongamos las manos en nuestros corazones y miremos directo a la calle y veamos quiénes son los exprimidos y quiénes los que exprimen la naranja.

Los que quieren ser vistos, los que quieren reconocimiento, los que tienen una vez al año para estar en el escenario social, son en su mayoría a quienes vemos dando el espectáculo.

Ya sé, no me lo tienen que decir, calma... que hay muchos más espectáculos, como los que dan las reinas que deben ser parte de una familia pudiente para gastar los millones que dan de comer por unos dos meses a quienes hacen los vestuarios, el maquillaje, montan los bailes, arman las escenografías, etc, etc, etc... (retórica demasiado conocida).

Pero, ¿quiénes nos dan el espectáculo en la calle? ¿Quiénes se pelean por un puesto en los desfiles multitudinarios del sábado ante todo y luego domingo y lunes? ¿Quiénes ponen sus ahorros y hacen rifas, fritangas y demás formas de recoger fondos para acicalarse cada vez más y así tener un puesto asegurado para que los miremos?

¿Quiénes se endeudan para pagar asientos en palcos inseguros, llenos de un ruido que apaga los elementos musicales folclóricos idóneos de la fiesta? ¿Quiénes tienen que pagar un equipo de sonido que los acompañe en el desfile con generador eléctrico al lado para que se escuche su voz danzante?

¿Ante quiénes bailan de veras los grupos que se aguantan el sol, la sed, la ansiedad de la salida? Pues bailan ante los palcos donde hay “autoridades”. Pues se mueven mejor y ponen su mejor cara ante las cámaras de la televisión y los jurados que determinarán, de modo más o menos arbitrario, quién va dónde y a qué desfile, si es que van, en el próximo carnaval.

La clase media que paga palco para poder acceder a la calle hecha con impuestos que pagamos todos cada año, realmente no ve lo mejor del carnaval, si es que ya hay algo mejor que una fiesta que se comercializa y se expande de acuerdo con el mercado y no con la natural espontaneidad que sus primeras formas le dieron.

La clase alta barranquillera, ¿dónde los ve? Son unos pocos representantes de esta clase quienes se encargan de validarlos. Los demás ya han tenido sus comparsas en los clubes, espectáculos cerrados donde exhiben la creatividad de los coreógrafos y bailarines que los entrenan y los diseñadores y costureras que hacen sus ropas, llevándose en las palmas de los asistentes la invisibilidad que les pertenece.

Luego se van a descansar, lejos del bullicio, a playas cercanas o lejanas porque ya vivieron su carnaval. Entonces nos dejan con la famosa frase “quien lo vive es quien lo goza”.

Vayamos todos sin vendas o máscaras y observemos sin emoción un desfile. Observemos los rostros y los cuerpos sudorosos y entendamos qué se dice allí de nuestra gran fiesta incluyente.