Érika, Kevin, Alfonso, Cristian, Diego, Allan, Jonathan, Felipe, Cesar, Óscar, perdonen a este país, aunque ya no escuchen las voces. Perdonen que no les hayamos podido proteger. Ya no están en este mundo, ni en este país demencial que iba hacia un camino de paz, por ello, perdonen.

El dolor es de todos, porque ya hemos pasado por esto tantas veces y porque no entendemos la cobardía de quienes saben que poner una bomba es fácil y que no se necesita mucha inteligencia para ello. Solo el deseo de matar. Saben también que el diálogo es difícil.

Escuchar y ser escuchado es un ejercicio que a veces pareciera inútil. Pero más inútil es matar a unos jóvenes que estaban estudiando para ser policías. Como si ese mandato de hace un par de décadas no resonara en nuestros oídos. Como si ahora pareciera que los instaran a matar de raíz a los policías, antes de madurar siquiera.

¿Será que ahora viene la orden de ir a los hospitales y ver en qué cuna se encuentra un posible futuro o una posible futura policía?

Perdonen Andrés, Juan, Annie, Hernán, Laura, Daniela, Marlon, Daniel, Sergio, Kevin, Ana, Jair, Eduard, Carlos, Juan, Fabián, Audrey, Maicol, Santiago, Diana, Nunjar, Karen, Daniel Felipe, Aleida, Sergio, Kelly, Carolina, Andrés, Juan Pablo, Juan, Samir, José, Deisy, Samuel, Camilo, Mariana, Erik, Yuleima, Johana, Zaida, Johan, Yurleidys, Lisbeth, Jairo, Oscar, Ninfa, Michael.

Perdonen también quienes no alcanzo a nombrar, ando pescando sus nombres para ponerles cara. Ustedes no murieron, pero su vida ha cambiado por completo. Como el padre de Juan Esteban, hemos sufrido un infarto colectivo. Nos recuperamos de salud física, a lo mejor, pero la cicatriz queda en nuestros corazones.

Lo grave es la reincidencia de la herida en el mismo sitio. Esto no nos dejará de veras cicatrizar. Y, aunque no aguantamos más, seguiremos aguantando. Y, el país que quiere paz, volverá a marchar. Y, si todos vamos a seguir creyendo que el que no es de derecha extrema, es de izquierda extrema y viceversa, pues seguiremos engendrando muerte y culpa.

Tenemos la culpa quienes seguimos cualquier tipo de retórica que ataca a un lado porque sí, o ataca al otro, por lo mismo. Porque no hay solo dos lados. Porque somos un país diverso. Porque los extremos se juntan y nos acorralan y nosotros seguimos el juego. Y odiamos, odiamos hasta el punto de explotar por algún lado.

Y entonces los platos rotos los pagan unos que no tienen nada de culpa. Pasamos la página después de llorar y la horrible noche no cesa. Bellos y capaces jóvenes asesinados porque sí, porque se podía, perdónennos.

En esta semana en la cual muchos de los profesores del país pasaremos lista, sus nombres estarán enlistados como ausentes de las aulas, de la vida. Y ustedes, los heridos, los traumatizados, harán parte de una memoria que grita que esto no puede seguir así.