Qué difícil ver cada día cómo el odio se esparce como virus que se multiplica de modo implacable. Cada semana aparecen nuevos sucesos que nos hacen creer que algo detendrá la marea. Pero no. Parece ser más fuerte que el amor, que la disciplina, que los buenos deseos, las cadenas de oraciones y las acciones de muchos seres humanos sobre la faz de este puntito azul en el espacio sideral en el cual vivimos.

Es como si el odio invalidara cualquier otra pasión y que esta pasión fuese en sí misma la gasolina que prende los motores de la humanidad. Es como si una incesante red de sacrificios fuese necesaria para que la tierra siguiese girando sobre su inclinado eje. Es como una sed que no se aplaca y que siempre está allí, lista para ser consumida por sí misma.

La tecnología digital se ha vuelto como una red invisible donde el aire que mueve a ese fuego del odio se escapa del agua que la podría calmar. Y más que amor y verdad y bien y compasión, lo que corre rápido por nuestras venas, apenas entramos en contacto con él, es el odio.

Un odio que lleva a matar y cortar en pedazos a un libre pensador dentro de una consulado, es decir, dentro de una isla diplomática que sirvió de oasis para el siniestro plan. Un odio que elimina cada tantas semanas a un/a líder de comunidades indígenas o campesinas o de víctimas del desplazamiento.

Un odio que expulsa a sus ciudadanos a deambular descalzos por media Latinoamérica en busca de refugio. Un odio que obliga a cruzar océanos que se tragan los barcos. Un odio que llevará al próximo país a Suramérica dispuesto a entrar en una posible nueva era fascista. Un odio que tuvo a un loco trumpista enviando bombitas por correo a diestra y siniestra.

Un odio que entra, hoy que escribo esto, a una sinagoga y mata, en medio del rezo, a una docena de personas. Es el mismo odio que hace tres años entró a una iglesia de mayoría afroamericana y ametralló a la comunidad, logrando matar a nueve personas.

Un odio que va a una escuela en Florida a inicios de este año y mata a 17 estudiantes; en un colegio de primaria en el 2012 a 28 niños; en una universidad en Virginia en el 2007 a 33. Un odio que acaba con 59 personas en las Vegas durante un concierto y en una discoteca en Orlando con 50 en el 2016. Sin mencionar las bombas en los subterráneos de Londres, Madrid, Tokio.

Y sí mejor paremos de contar. Sobre todo, porque siempre se encuentran explicaciones más o menos racionales a lo sucedido. Las razones que explicarían el odio. Pero, ¿y quién explica lo que lleva a alguien a torturar a una niña o niño menor de edad? ¿ Qué llevaría a vejar, violar y hasta ultrajar después de la muerte un cuerpo infantil?

Por mi parte, no acepto las razones de enfermedades mentales, de acceso a armas, malas infancias, temas de raza, de religión, de patrias.

Lo que es evidente es un odio a la vida misma. A ser parte del territorio humano. Un odio a todo lo que no sea odio, gasolina, fuego que prenda las cenizas de quien odia la vida y por lo tanto, a sí mismo/a.