Últimamente se ha hablado mucho de Las Amazonas, porque un grupo de mujeres formamos corriendo un colectivo que protestó durante un evento donde se hablaba de una escritora. Un hecho programado culturalmente y casi “sin querer queriendo” por el sistema que, entre otras cosas, aún impide no solo la publicación del último libro (sería póstumo) de la escritora, sino de miles de mujeres que en el mundo entero no tienen acceso fácil a publicar o exhibir su trabajo.
Es un sistema que se genera y alimenta a sí mismo, uno muy difícil de superar, cosa que solo se logra luego de muchas vueltas en el camino y pequeñas resistencias que succionan la energía creadora de las mismas que deben sortear los obstáculos para verse atendidas por un público que no sabe que existen.
Un público que de paso asume que todo lo que sale a la luz, es porque se lo merece. Así, tan sencillamente. Por ello, la discusión sobre la última novela de Marvel Moreno sigue sobre el tapete y ha encendido nuevas polémicas con buenos y malos argumentos que no son del caso tratar en esta columna.
Más bien sigamos con las imágenes de mujeres libres, “el cuco” de quienes no se entienden en el privilegio cuando la desigualdad está normalizada. Y es que la desigualdad no es solo con respecto al “sexo débil”, o sea el segundo sexo que muy bien describió Simone de Beauvoir en su publicación de 1949, libro que inaugura la segunda ola (o tercera, según las historiadoras que lo miren) del feminismo. La desigualdad es eso que sucede a todo nivel, donde confluyen los problemas de raza, género y clase.
Una tragedia griega que toca el tema de la extranjería, de la otredad y de la libertad nos podría servir. Las Bacantes es la última obra de Eurípides, datada en el 409 antes de la era común. Nadie se debe haber preguntado si era factible su publicación o puesta en escena en el ámbito patriarcal de esa Grecia en ebullición dorada. En el 405 se representó, a pesar de que su autor ya había fallecido en tierras extranjeras, donde había ido a guarecerse.
Obviamente no es una obra feminista, pero puede interpretarse, hoy día, como tal. En la obra, las bacantes adoran a Dioniso, dios repudiado por representar el desenfreno (entre otras cosas) cuando se imponía la racionalidad apolínea en Grecia.
Ellas, las locas, las disidentes, las que se iban a las montañas y se dedicaban a matar animales con la fuerza de sus propias manos, y entraban en supuestos desenfrenos sexuales, representaban esa necesidad de espacio, de aire, de locura que es necesaria para que una civilización siga adelante. Para que no olvidemos la fuerza de lo femenino. Para que no neguemos a los extranjeros, a los diferentes, su espacio en la sociedad.
“¿Quién en la calle, quién en la calle? ¿Quién en el palacio? Que se retire y que las bocas en silencio todas devotas sean…”.