Cuando decidí escribir esta columna me enfrenté a un dilema: ¿por qué exaltar el trabajo de alguien que sólo cumple con su deber? ¿Acaso merece un premio quien simplemente realiza su labor?

Estas preguntas surgieron cuando conocí los audios del exjuez que no accedió a recibir “200 barras” a cambio de favorecer a una de las partes en un proceso que se adelantaba en su despacho. Mi impulso nació por la sensación de alivio que tuve al escuchar las poderosas palabras del funcionario.

Lo que dice reivindica la autonomía judicial de la que gozan los jueces, al no consentir ninguna injerencia en sus decisiones. ¡Aquí hay un negocio! exclamaba con insistencia el interlocutor, mientras el juez con voz sosegada explicaba que él no pertenecía a ninguna casa política, y que lo que tuvieran que decirle lo hicieran en la audiencia.

Su mensaje fue claro: esta contienda se resolverá en los estrados judiciales, ubicando a la justicia en el lugar que le corresponde y recordando que nada está por encima de la ley, ni siquiera sus intereses personales. No conozco al ex funcionario, pero sospecho que no es ningún ingenuo sino alguien que sabe que ninguna suma justifica perder su integridad, mucho menos arriesgarse a una investigación o causarle agravio a sus seres queridos.

Tampoco pretendo elevarlo a la categoría de héroe, que según los griegos representa un semidiós, o sea una persona mitad humana y mitad divina, a quien no podía igualarse. Por el contrario, su actuar refleja el de una gran parte de la rama judicial que conserva un sentido ético. Pero los jueces en Colombia cargan con los casos de corrupción judicial que generan titulares y en consecuencia sufren el “efecto Horn o cuerno”, algo que conocen muy bien los psicólogos y los vendedores.

Se trata de un sesgo cognitivo que tenemos y que hace que una percepción esté influenciada por un único rasgo negativo. En parte por esto los ciudadanos creen que la única forma de obtener una decisión favorable en el marco de un proceso judicial es acudiendo a recursos ilegales. Esa pérdida de confianza en la administración de justicia se refleja en una reciente encuesta que identificó a las Cortes y, por ende a sus miembros, dentro de las instituciones más desprestigiadas.

Pero aún así, un enorme número de colombianos sigue acudiendo a los estrados clamando porque se haga justicia, pues cuando esta se recibe, a quien le asiste el derecho recupera su voz. Garantizarlo es el verdadero valor de un buen juez en las sociedades contemporáneas, o al menos en las que se precien de ser democráticas.

Si no se cumple este objetivo, por problemas de corrupción o de otra índole, podría correrse el riesgo de que se tome la justicia por la propia mano, y esto tendría unas consecuencias muy negativas para la civilidad. No sé en que termine este caso y si aparezcan otros audios, pero en medio de lo malo la idea de que la justicia no sea un negocio, es una buena noticia para las nuevas generaciones de abogados en tiempos donde defender la ética y la razón de ser de las cosas, parece un ejercicio ridículo y poco práctico.