Ruth Bader Ginsburg murió el pasado viernes 18 de septiembre. Su muerte deja un vacío profundo en la Corte, sobre todo ahora cuando faltan contadas semanas para una elección presidencial que puede cambiar el rumbo de la nación americana.
Ruth se presentó a trece diferentes bufetes de abogados en 1959, siendo rechazada en todos. En Harvard, nada menos, fue la primera de su clase, y en la Universidad de Columbia, en donde se graduó, ocupó el primer lugar de su promoción. Aguantó el maltrato de un entorno que ponía en duda las habilidades de las mujeres, cuando era precisamente eso lo que quería cambiar al estudiar Derecho. En su primer caso en 1970, consiguió reformar una ley que impedía que un hombre soltero pidiera una deducción de impuestos por tener que contratar a un enfermera que cuidara de su mamá, mientras él seguía trabajando. Como se trataba de la defensa de un hombre, la escucharon, pero logró así cambiar un precedente de discriminación por género, dando paso a una nueva visión sobre la equidad y abriendo las puertas para modificar otras leyes similares.
La palabra género es un término específico en ciencias sociales que alude al conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres. Por lo tanto, solemos creer que hay que cumplir con unos roles impuestos más con base en la biología que en la cultura. Sin embargo, hay tantos colores en el espectro que nos hacen y nos definen como personas que es imposible encasillarnos. Es obvio que somos diferentes. Biológicamente, soy mujer. Nací mujer. Puedo tener un bebé, por ejemplo, que mi contraparte no podrá tener. Pero esta diferencia no significa que no merecemos ganar un salario igual que los hombres u ocupar cargos como ellos. ¿Quién tomó esa decisión? Claramente, un hombre. En definitiva, por el hecho de ser diferentes, nos han juzgado y clasificado de una manera que no parece muy distinta a la que han vivido históricamente las razas. Nosotras las mujeres fuimos las primeras discriminadas.
Aclaro que todos los hombres que están a mi lado siempre me han respetado y me han tratado como igual. No es nada personal. Sin embargo, es evidente que hay muchas injusticias. ¿Acaso las mujeres no podemos ser al tiempo profesionales y mamás, o lo uno o lo otro? No son simplemente opciones de vida que se excluyen.
Definitivamente la batalla por la igualdad continúa. Ruth Bader Ginsburg pudo cambiar normas y, lo más importante, mentalidades, desafiando los paradigmas del momento. Si la normatividad que nos rige se hace con base en el género, nunca podremos ser iguales a los hombres. Lo justo es que la legislación evolucione y se adapte a los seres humanos sin excepción, no importando la raza, el género o la orientación sexual. Las leyes se hacen para garantizar los derechos de todos en igualdad y ayudarnos a crecer.