Colombia es experto en superar su propia inverosimilitud. Los hechos se pierden en una realidad paralela. La ficción es menos increíble que los acontecimientos. Si contáramos el día a día nacional a un extranjero, pensaría que son cuentos rebuscados. Una serie de sucesos ficticios que ni siguiera alcanzan para un buen guion. Son el resultado de la falta de rigor, de la corrupción que termina por enceguecer a un país que no ve, que no siente, que no le importa. Nos acostumbramos a la violencia. En ese orden de ideas, cualquier desastre es aceptable. Ya no nos sorprendemos. Estamos atados a una distopía que nos domina.

En medio de tanta insensatez transcurre la cotidianidad colombiana. En menos de una semana se presentaron situaciones extraordinarias. Y no precisamente en el sentido positivo de la palabra. Todo lo contrario, son hechos vergonzosos. El presidente Iván Duque acudió a las Naciones Unidas para denunciar al ELN. Su discurso fue vehemente. La seguridad con la que reveló las supuestas pruebas, en donde se demostraban las operaciones que realiza la guerrilla de Liberación Nacional en Venezuela y con el apoyo de Maduro, no generaban ningún tipo de suspicacia. Sus palabras fueron determinantes y las evidencias —al parecer— eran irrefutables: “Mi Gobierno tiene pruebas fehacientes y contundentes que corroboran el apoyo de la dictadura a grupos criminales y narcoterroristas que operan en Venezuela para atentar contra Colombia. Como presidente de Colombia, haré entrega de las pruebas que sustentan esta afirmación”, manifestó Duque.

El Gobierno hace el ridículo a nivel internacional una vez más. Varias de las fotos que aparecen en el informe no corresponden a los hechos que denunciaron. Y en este mundo de fake news, entregar evidencias falsas ante la ONU es tan casual como replicar una noticia imprecisa. Es inevitable escuchar el discurso del presidente Duque y no sonrojarse. Es una tragicomedia que revela la farsa nacional.

Entonces, ¿lo de las pruebas falsas es falta de rigor o un intento de autogol para avalar la perpetuación de la guerra? Cualquiera de las dos opciones es inaceptable y confirman el desgobierno que se vive en la actualidad. Corroboran la poca seriedad de un presidente que se para en las Naciones Unidos y tiene la desfachatez de mostrar unas pruebas evidentemente falsas.

Y como si no fuera suficiente, la exsenadora Aida Merlano, condenada a quince años de prisión por los delitos de concierto para delinquir agravado, corrupción al sufragante y tenencia ilegal de armas, ligados a una red de compra de votos, asistió a una cita odontológica para consolidar su insólita fuga. Bajó por una cuerda roja que colgaba por la ventana del centro de salud en el que se encontraba. Cayó al piso sentada. Se paró rápidamente, mientras sostenía su cartera grande y negra. Se subió a una moto con un señor disfrazado de mensajero de Rappi. Y desapareció de la escena. #RappiFuga garantizada. Es otro chiste de mal gusto, una copia de las malas películas de acción, en donde el Inpec no tiene justificación. Así que, ¿fueron tan negligentes que la dejaron escapar? ¿O acaso la ayudaron? También sería pertinente preguntarles a los padrinos políticos de la hoy prófuga de la justicia, si tenían conocimiento sobre esa huida estelar. ¿Será que Merlano iba a hablar de más? ¿Será que quería contarnos quiénes fueron sus aliados en semejante festín de corrupción?

Y así pasan los días en el país de las distracciones. En esta irrealidad que oculta la verdad y se desvive por cambiar los hechos. En este lugar en donde los caciques políticos siguen gobernando a favor de sus intereses y en detrimento del bienestar colectivo. Es una especie de meme eterno, que sigue adormeciéndonos para convencernos de que nada es tan grave como parece. Para enredarnos en esa ficción que crearon, esa ficción que valida la corrupción y la violencia.

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