Esta semana fui invitada a darles un discurso a los estudiantes del ‘Cuadro de Honor’ del Colegio Marymount Barranquilla, institución de la que me gradué de bachillerato, y, como es usual en mí, lo mostré en mis redes sociales.

En él, les hablé acerca de la importancia de trabajar duro por las metas, de sacrificarse por los sueños, y de lo vital que era tener disciplina para lo que sea que se quisieran dedicar en la vida, pues en mi opinión, si no se está preparado para las oportunidades, entonces por más que te llegue ‘la suerte’, no sabrás ni cómo aprovecharla.

Para todo se necesita constancia, porque la motivación es algo esporádico que llega, pero que jamás perdura, y el talento, la belleza y/o la inteligencia, solo te llevan hasta un punto. Lo que hace la diferencia entre aquellos que son exitosos a largo plazo, y aquellos que no lo son, es precisamente esto: tener la determinación absoluta de hacer exactamente lo mismo todos los días, al tiempo que te atreves a seguir innovando y aprendiendo sin perder tu norte ni tus objetivos.

Al final, los felicité por su coraje, por querer trabajar tanto por algo con tantas ganas, solo por el simple hecho de querer probarse a sí mismos de que son capaces de lograrlo, y los motivé a que ojalá nunca se les olvidara ese sentimiento de satisfacción que da cuando cumples lo que te propones.

Creí que en mis redes sociales, teniendo en cuenta que no estaba diciendo nada que no se supiera ya, a todo el mundo le iba a gustar el mensaje, sin embargo, olvidé que vivimos en un mundo dónde todo hay que agarrarlo ‘con pinzas’ para no ‘herir susceptibilidades’.

Al parecer, a algunos les pareció que no deberían existir estos reconocimientos de excelencia porque hacían sentir menos a los que no lo alcanzaban, y creo que es precisamente ahí dónde radica la raíz de muchos de los problemas que vemos en mi generación, en la que le sigue, y al parecer, en la que va detrás de esta.

No podemos irnos al extremo, y seguir educando gente que cree que se merece todo sin trabajar por ello, que cree que tienen que resolvérselo todo, que cree que se merece no tener competencia, o que lo quiere todo fácil. No, tenemos que impulsar a los jóvenes a que quieran intentar ser los mejores en algo, solo por el hecho de querer ese sentimiento de satisfacción. Y sí, tenemos que premiar a los que se esfuerzan más, a los que trabajan más, y a los que se sacrifican más.

Estoy de acuerdo con que los premios no sean solo por academia, pues no todos los seres humanos somos iguales. Tenemos que cultivar deportistas, bailarines, artistas, escritores, y que la ética y lo buenos valores sean aplaudidos, y es de suma importancia que las instituciones educativas ayuden a descubrir en qué se destacan los estudiantes, y fomentar en ellos la disciplina para alcanzar las metas, pero no por ello vamos a ‘cancelar’ cualquier tipo de reconocimiento para ‘evitar’ hacer sentir mal a otros. ¿Acaso el mundo laboral funciona así?

Los educan sin las herramientas necesarias, y luego se sorprenden de que renuncien al primer problema. Los tratan como niños, y luego quieren que de la noche a la mañana sean adultos. Les dan todo, y luego no entienden por qué es que quieren todo regalado.

Toda acción tiene consecuencia. Y punto.