Colombia escogió, y ante eso no hay absolutamente nada que hacer. La realidad es que la mitad del país se sentía tan desesperanzado y abandonado por el actual gobierno, que optaron por creer con genuina esperanza, la propuesta del más grande líder de la izquierda colombiana en toda su historia.
Los seguidores del actual presidente electo celebraron con mucha euforia que finalmente venía un cambio, y las calles se llenaron en los barrios y en los pueblos de alegría. Era lo mínimo, había ganado finalmente el que tanto les había prometido. Y la verdad sea dicha, es lindo ver tanta ilusión sincera junta. Lástima que el golpe a la realidad sea siempre más doloroso, cuando se está todavía desde más arriba.
No soy optimista, ni pesimista. Soy realista. Y por lo que vi con estas campañas sucias, y con las respectivas movidas políticas de esta semana, debo decir que el cambio no es cambio cuando son los mismos, y eso es quizás algo que los seguidores más determinados e ilusionados deberían tener en cuenta para hacer valer sus promesas. El cambio no es cambio cuando se llega al poder con las casas tradicionales de siempre. El cambio no es cambio cuando se apunta como presidente del Senado a un hombre que representa todo eso de lo que dicen estar en contra (me hubiera gustado ver a una mujer hacerlo. Eso sí que hubiera sido un mensaje poderoso). El cambio no es cambio cuando la política es la misma: ‘dinámica’.
Ahora, ¿por qué digo todo esto? Porque quiero que quede muy claro que el problema más grande que tiene esta nación, se llama corrupción, y que este cáncer no se soluciona solamente cambiando al Presidente (quién de entrada tiene que tener principios, y éstos se pueden determinar con los peldaños que tome para llegar al poder), sino que se soluciona eligiendo conscientemente congresistas que realmente quieran velar por los ciudadanos, y no están esperando ‘a ver qué cae’ o ‘a ver qué nos dan’.
Cuando se escojan congresistas que se merezcan el puesto, congresistas que lleguen queriendo cumplir promesas realistas, congresistas que quieran trabajar por Colombia por el sueldo que se les da, y por el amor a la Patria, y no por aquello que se acuerde ‘por debajo de la mesa’, entonces tendremos un verdadero cambio, pero mientras sigamos eligiendo personas que solo están velando por sus intereses personales, sin verdadero criterio, y sin las agallas que se necesitan para defender a todo el pueblo colombiano que les ha dado el privilegio de sentarse en esa silla, seguiremos igual o, por lo que temo, nos pondremos peor.
Una gran parte de mí quiere estar profundamente equivocada. Creo que nunca antes había querido que me callen tanto la boca, pero la historia nuestra y la de nuestros vecinos nos han enseñado que todo comienza por ir cediendo ‘poco a poco’ los principios, hasta que ya llegue un punto de ‘no retorno’.
Nada me gustaría más que ser una de esas personas que lo ve todo con esperanza, o al menos, una de esas que no lo ve todo ‘tan mal’, pero a pesar de que lo intento, luego veo el ajedrez político que tenemos enfrente, y puedo oler lo que se está cocinando.
Ojalá todo sea paranoia, y ojalá más adelante, pueda volver a leer esta columna muerta de la risa, y no muerta del pánico.
PD: Esta es mi última columna en la que hablaré de política nacional por mucho tiempo. Porque realmente nada sabremos hasta que pase aún más tiempo.