Creo que pocos casos han despertado tantos sentimientos en los colombianos como el del doble asesinato del reconocido estilista Mauricio Leal y su madre. Y es que la verdad, parece una historia de esas que se ven en las telenovelas. De esas que uno cree que solo pasa en la ficción. Pero que, desafortunadamente, son producto de la misma realidad.
Y es que esta tragedia tiene todos los ingredientes necesarios para una receta de amarillismo. Un hombre exitoso, amigo de casi todas las celebridades colombianas, con renombre nacional, y un hermano quién se deja llevar por la envidia y la avaricia para intentar cometer un ‘crimen perfecto’.
Jhonier Leal, más que un asesino, es quizás el ejemplo perfecto de un psicópata, pues su frialdad ante todo momento, lo calculador que fue, y la falta de arrepentimiento que es notoria en cada una de sus declaraciones, deja en evidencia lo peligroso que es para la sociedad. Y lo peligroso que será siempre.
La gente así no cambia, pues simplemente no es capaz de sentir. Quitarle la vida de manera calculada a la mujer que le dio la vida, asesinar a su hermano que le dio la mano, y ser capaz de salir en medios de comunicación y en redes sociales tranquilamente, fingiendo un absoluto desconcierto, solo lo puede hacer aquel que simplemente no está conectado con los sentimientos. Solo lo puede hacer aquel ser que no sabe la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal.
Por eso me preocupa lo que a muchos en este momento le preocupa, y es que al admitir su culpabilidad intelectual y material en el crimen, necesariamente tendrá una reducción de pena, y aunque el Fiscal ha dejado claro que ‘no será un festín de rebajas’, lo más probable es que se pase los próximos 20 a 25 años tras las rejas. Y creo que no es suficiente tiempo.
Más allá de que si considero que es o no es un ‘castigo justo’, creo que simplemente hay personas que jamás podrán reinsertarse a la sociedad. La crueldad, la falta de empatía y el absoluto desapego a las emociones, son características que no son capaces de regenerarse con los años. Y no hace falta ser agente del CTI para darse cuenta de lo que todos pudimos ver desde un principio.
Lo más triste de todo es que los ‘Jhoniers’ de este país se salen con la suya la mayoría de las veces, y ni siquiera llegan a pisar una celda, pues lastimosamente, no todos los casos cuentan con el suficiente ‘morbo’ para que haya afán de justicia. No todos cuentan con voces con eco para que haya afán de justicia. No todos venden lo suficiente para que haya afán de justicia. Y, por eso, casi nadie realmente obtiene ese ‘fresco’ que si bien no devuelve a nadie, por lo menos permite que todos los involucrados descansen.
Lo he dicho antes y lo sostengo. El problema más grande que tiene Colombia es que para la gran mayoría de sus habitantes, la justicia cojea, y no llega. Pasan los años, y jamás llega. Y es así como se va creando la desconfianza en las instituciones, y es así como el resentimiento y la rabia empiezan a darle oxígeno a las nuevas generaciones. Y es así como terminan eligiendo curas mucho peor que las mismas enfermedades.
Porque para nadie es un secreto que para que haya justicia, se necesitan medios. Porque para nadie es un secreto que cuando la víctima es el adinerado, la justicia jamás es desleal.