Yo sé que esta columna no nació con la intención de escribir acerca de mi vida personal, pero de vez en mes suceden situaciones que me hacen imposible no utilizar este espacio para hacerlo. Es por esto que con su permiso, quiero dedicarle estas palabras a un lector que siempre me hacía saber que me leía cada sábado, pero que hoy, con mucho pesar debo realizar, no alcanzará a leer estas que escribo en su nombre.

Hoy quiero escribir para un lector que ya no está, un lector que nunca dejaba de hacerme sus críticas constructivas, un lector que me motivaba a seguir escribiendo, y que muchas veces creía más en mí que lo que yo creía en mí misma. La verdad fueron tantos los momentos en los que escribí para él, que me duele saber que nunca se lo dije. Nunca le dije que cuando ponía el punto final en una columna pensaba, “¿qué pensará Enrique sobre esta?”.

Enrique Alberto de La Rosa Baena se fue esta semana de este mundo, y por eso, quiero hacerle una despedida como se la merece: hablando de sus logros, de su vida y de lo que significó para mi familia y para la ciudad, su inigualable ingenio. Enrique fue uno de los ejecutivos más importantes que ha tenido Barranquilla, ocupó los más altos cargos en el sector financiero de este país, y le abrió el camino a todos los costeños y las costeñas brillantes que vinieron detrás de él, dejando claro que en este rincón del país lo que había era talento.

Y eso fue lo hizo durante su vida: impulsar a la gente, pero sobre todo, impulsar a las mujeres que tenía cerca. Para Enrique de La Rosa nosotras éramos oro en polvo en el campo profesional, y por eso durante sus exitosos años, verdaderamente le dió la oportunidad a las mujeres para que se desarrollaran como ejecutivas, al tiempo que les daba el espacio necesario para poder ser mamás. Para él no era ‘lo uno o lo otro’, como muchas veces ha sucedido en esta ‘tierra de hombres’, sino que era ‘lo uno con lo otro’.

Esto último lo sé de primera mano porque durante 17 años fue el jefe de mi mamá, y aunque sin lugar a dudas la hizo crecer profesionalmente, creyendo en ella y motivándola a ser cada vez mejor, lo que más recuerdo de él es el hecho de que a pesar de que fue exitosa en su trabajo, nunca dejé de tener una mamá presente.

Quizás por eso hoy ha sido tan recordado por las cientos de personas a las que les cambió la vida, pues no fue un jefe que pedía ‘metas’, sino un hombre de familia que hacía sentir a sus empleados, y a las familias de estos, como parte de la suya. Quizás por eso no lo recuerdo como ‘el jefe de mi mamá’, o como ‘el brillante ejecutivo’, sino como Enrique, el que me vió crecer, el que se sentía orgulloso de mis logros, y el que siempre tenía algo constructivo para decirme.

Hay gente que llega a la vida de uno para enseñar algo, y creo que es precisamente eso lo que él vino a hacer a las de quienes tuvimos la oportunidad de conocerlo: a ser un maestro.

Gracias Enrique por tanto, pero sobre todo, por leer y escuchar todo lo que yo tenía para decir. Me hiciste sentir importante, y eso es algo que no tiene precio. PD: Un abrazo muy grande y toda la fortaleza para el legado que deja: Lucy, Manuel y María Elvira.