Siempre he creído que no existen enfermedades más discriminadas que aquellas que tienen que ver con la salud mental, pues es usual escuchar comentarios donde se minimizan los complejos del enfermo, donde se reduce el problema a ser “cuestión de actitud”, donde se trata de curar con un “no estés triste”, y donde inclusive se critica y se juzga al que lo padece, porque “no hay razones”. Ojalá esto fuese cuestión de razones, pero lastimosamente a quienes nos cuesta tener estabilidad mental sabemos que esto trasciende a no ser nada más un tema de lógica.

Antes que nada, no pretendo con esta columna victimizarme, pues esto no se trata de mí. Esto se trata de millones de personas que callan por el simple hecho de que tienen miedo a verse vulnerables, que tienen miedo a ser ridiculizados, y que tienen miedo a ser señalados de egoístas, dramáticos, narcisistas, manipuladores u oportunistas. Porque de todo nos llaman cada vez que alguno intenta alzar la voz.

Y no lo digo solamente por lo que piensen los demás, sino por el mismo sistema de salud. Han sido varias las veces en las que me he quejado de que ningún seguro médico en este país (y por supuesto, ninguna EPS), sin importar qué tan costoso sea o cuánto prestigio posea, cubre de manera digna los problemas de salud mental. Como si esto no fuese mortal para muchos. Como si curar una depresión no fuese de vida o muerte.

Cada vez son más las personas, en especial los jóvenes, que carecen de salud mental, pero para el sistema de salud sigue siendo una enfermedad de segunda categoría. Y lo más triste de todo es que desafortunadamente no termina siendo un tema de actitud, sino un tema de plata.

Porque sale caro poder costear las sesiones de terapia, que en momentos de crisis no sirve que sea solo una vez por semana (y mucho menos, una vez al mes) porque sale caro poder recurrir a la medicina alternativa (que en mi opinión, en muchos casos es muy útil), y porque sobre todo sale caro tener el tiempo libre para trabajar en fortalecer la mente. Ya que la verdad, dónde una persona llegue a decir que no puede ir al trabajo porque está deprimido corre el gran riesgo de ser despedido.

Es por esto que desde hace un tiempo me he encargado de hablar abiertamente sobre este tema, pues creo que se necesita educar al mundo frente a la importancia de prestarle atención a las enfermedades de la mente. Y no, no solo se trata de educar a quienes las padecen, para que sepan que no están solos y que no es su culpa, sino también para educar a quienes toman las decisiones en las pólizas de salud y en el sistema de salud pública, ya que es hora de que entendamos que es tan importante curar la mente como curar el corazón, los pulmones o la rodilla. Y por supuesto, también para educar a los familiares de los enfermos, pues sé de primera mano que tampoco es fácil para ellos.

Porque lo que es absolutamente obvio y racional para unos es un imposible para otros.