Lo he dicho antes, pero hoy me veo en la necesidad de recordarlo: este virus es una gripa hasta que alguien que amas está batallando por su vida. Y de repente, todas las veces que les dijimos a otros que dejaran de ser tan exagerados, todas las veces que creímos que alguien era metido y sapo por recordarnos en público, a manera de regaño, que el tapabocas estaba mal puesto, y todas las veces que sentimos que tanta satanización de la covid lo único que iba a hacer era terminar quebrando a los comerciantes que tanto necesitaban que el público saliera en masas a las calles, dejan de ser ruido para convertirse en enseñanzas de vida.
En este momento estoy viviendo de primera mano lo que significa estar con el corazón en la mano por cuenta de este monstruo invisible, lo que significa vivir con el miedo a que suceda lo peor, lo que significa tenerle pavor a esto que se nos mete en nuestros hogares sin darnos cuenta, y se los digo de corazón: no se lo deseo ni a mi peor enemigo.
Ha pasado ya casi un año desde que toda esta pandemia hubiese empezado para los que estamos en este lado del mundo, y han pasado más de seis meses de que tanto mi papá, como mi prometido, y yo hubiésemos dado positivo para covid-19 (y gracias a Dios haber salido muy bien librados de él), pero es apenas ahora que logro vivir en carne propia el verdadero peligro al que todos estamos expuestos.
Mi tío Raúl García Rodríguez, el hermano de mi papá, y al tiempo, mi padrino y el esposo de la hermana de mi mamá, a quien he considerado desde siempre como mi segundo padre, se encuentra en estos momentos en una camilla en una UCI. El virus atacó sus pulmones y la neumonía ha sido tan fuerte que no hubo otra solución que la de intubarlo. Y desde entonces, en esta familia hemos pasado días muy difíciles.
Han sido días en los que por momentos hemos pensado que se nos iba, han sido días de mucha oración, han sido días en los que hemos dejado el destino en manos de Dios, pero también han sido días en los que nos hemos dado cuenta que toda esta incertidumbre y todo este dolor pudo haber sido prevenido.
Tengo fe de que se va a levantar de esa cama y volverá a ser mi más fiel lector; tengo fe de que se despertará y leerá esta columna que hoy no puede leer; tengo fe de que se enterará que sigo cumpliendo mis más grandes sueños, tal como él siempre quiso que lo hiciera; tengo fe de que le podré volver a decir cuánto lo amo, pero les mentiría si dijera que no tengo miedo. Y es precisamente ese miedo el que no quiero que nadie más sienta, y el que espero no volver a sentir.
Así que a ti que me lees, te digo: no te quites el tapabocas por nada del mundo, evita verte con personas que no vivan en tu casa, pero por si acaso lo haces no tientes a la suerte quitándote lo único que te separa de una tragedia. No te confíes por haber tenido un buen desenlace en anteriores ocasiones, y hazte constantemente la prueba de anticuerpos si ya tuviste el virus, pues te lo digo por experiencia propia: tuve covid, pero ya de esos anticuerpos no tengo rastro, y, por ende, puedo ser contagiada nuevamente.
Cuídate y cuídalos. Porque no hay un sentimiento más duro que el de “esto pudo no haber sucedido”.