Lo que hizo el Junior fue memorable. Hace apenas unos meses estaban en el último lugar de la tabla, su clasificación a las semifinales fue azarosa y su paso a la final supuso una complicada e improbable combinación de factores. Al menos desde el punto de vista anímico, la décima estrella nos hizo olvidar por un rato las tribulaciones características de un año escabroso, sembrado de inquietudes, incertidumbres y momentos difíciles.

De vez en cuando el deporte nos deja buenas enseñanzas. No son pocas las historias que dan cuenta del ocasional triunfo de los débiles, del valor de la persistencia y del empeño. Algo así sucedió con este Junior del 2023, desahuciado varias veces durante el semestre, que nos recordó que en ocasiones nada es más valioso que la perseverancia y que hay que luchar hasta el final. Y bueno, reconocer que la suerte también juega y que en esa noche inolvidable decidió acompañarlos.

Convencido de que los buenos momentos hay que celebrarlos y explotarlos hasta el agotamiento, durante los últimos días revisé toda la información que pude sobre la final. Me llamó la atención la cobertura que algunas personas hicieron desde la tribuna del Atanasio Girardot, una auténtica montaña rusa de sentimientos y reacciones que se pueden encontrar en YouTube. Fue entretenido ver otros ángulos de las instancias decisivas del partido y las expresiones de los hinchas locales. Todo fue tristeza, pero seguro el tiempo les dará otras oportunidades de celebración.

Sin embargo, en uno de los videos más reproducidos encontré unos comentarios desafortunados. Después del final del partido, unos youtubers empezaron a mostrar lo que se vivía en el estadio, que empezaba poco a poco a vaciarse. En medio de ese proceso surgieron episodios violentos, especialmente unas golpizas a «hinchas del Junior infiltrados». En una ocasión mencionaron con toda la calma del mundo que a una persona «la van a matar» y, lo peor, que eso era «entendible, los ánimos están caldeados». 

Fíjense ustedes en el lenguaje. Ser hincha de otro equipo es ser un infiltrado, observar a alguien maltratado y con serio peligro para su integridad es aparentemente normal, y bueno, todo eso se debe entender porque los ánimos están exacerbados. Se han trivializado tanto esos actos bárbaros, que ya no despiertan mayor reproche, son incluso esperables y parte de la cotidianeidad.

Tremendo. Muchas veces nuestra violencia viene desde la incapacidad de moderar las emociones y de la tentación facilista de la resolución bruta. A veces creo que es más fácil someter a las grandes organizaciones criminales, que erradicar esa destructiva forma de pensar.

moreno.slagter@yahoo.com