En todo el mundo las mujeres estamos alzando la voz y saliendo a la calle a protestar por el aumento exponencial de todas las violencias contra nosotras en razón de nuestro género. No estoy teniendo en cuenta a aquellas que son asesinadas porque les ajustan cuentas como delincuentes, crímenes similares a los de los hombres que caen en los negocios sucios siempre por deslealtad o porque quieren arrebatar el botín a otro. Me estoy refiriendo a la inmensa mayoría que en el mundo sufre a diario la agresión masculina que en altas proporciones termina en feminicidio. No conozco un país en este planeta donde los hombres nos consideren sus iguales como personas con derechos y ni se les ocurra solucionar una fuerte diferencia, una infidelidad o la simple contradicción de sus decisiones sin reventar a golpes o, al menos, a grito pelado a sus elegidas para compartir la vida.

Creo que hay dos aspectos clave: el primero, la experiencia y el segundo, la creencia multicultural de que somos el sexo débil y por ende propiedad del elemento masculino proveedor: en casa la niña es la personita indefensa, que no debe ensuciar su ropa ni atender actividades que puedan dañar su feminidad, mientras al niño le castran la manifestación de sus emociones (un macho no llora) y le fortalecen la masculinidad como expresión de poderío, supremacía y valor genital (¿Para qué tienes eso entre las piernas, nene? ¡Para las muchachas!) Paralelamente a esos momentos familiares de reforzamiento de lo culturalmente establecido, ambos suelen crecer presenciando el maltrato del padre a la madre y el constante perdón de ella. Y en demasiadas ocasiones después de una pelotera con gritos, empujones y golpes son testigos de la reconciliación en el sexo con la misma bullaranga. ¿Conclusión? Así deben ser las relaciones de pareja.

Esto sucede en todos los niveles socioeconómicos, no existe excepción alguna promovida por la posesión de riqueza que permite el acceso a los mejores colegios y universidades, porque la formación del individuo y la escala de valores deben ser aprendidos en casa ya que a las instituciones les corresponde la educación académica, así los padres de hoy pretendan ser reemplazados en esa obligación porque debido al infame consumismo y a la presión social que privilegia el tener sobre el ser, ya no hay repartición de roles para mantener cohesionada a la familia y, repito, que alguno de ellos se dedique a formar a sus hijos, sino que ambos se convierten en proveedores y dejan en manos de terceros a los niños desde la más tierna edad. De modo que si no queremos oír gritos en la calle de “ni una más” ni conocer diariamente de feminicidios, dejemos de criar machitos violentos y princesitas indefensas, solo entonces cambiará la sociedad y la cultura patriarcal.

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