Con la firma del Acuerdo 28 sobre el proceso de participación de la sociedad, concluyó el punto 1 de la Agenda con el ELN, cuyo objetivo era el “diseño” de dicho proceso por parte del Comité Nacional de Participación.

Para desentrañar los claroscuros del Acuerdo, haré un recuento del proceso desde mi papel en la mesa, como una voz que rompe la inercia del diálogo entre dos partes afines ideológicamente, con una concepción de “pueblo” que excluye a sectores económicos, políticos y sociales a los que siento estar representando.

En ese contexto, no compartí que para el diseño se consultara a la sociedad a través de un Comité Nacional, pero ante la presión del ELN, al menos logré incluir miembros de Consejo Gremial, ACORE y el Instituto de Ciencia Política, minoría que protestó conmigo por el desbordamiento del Comité.

Esa protesta y mi posición, planteada en carta a la jefe de la delegación gubernamental, logró que el Acuerdo 28 superara las pretensiones del Modelo presentado por el Comité, de imponer agenda temática y la teoría de una “condición vinculante directa” por la participación de “8.000 voces”, lo cual “defenestraba” a la mesa y se desconocía el papel del Congreso en la aprobación de políticas públicas.

En efecto, el Acuerdo 28 no incluyó esa condición vinculante por “la toma de decisiones de las y los participantes…”, dejando claro que las comunidades proponen, pero la mesa dispone; como propuse y quedó en el Acuerdo 9 de Participación.

Aunque no lo señale expresamente -una de sus penumbras- es claro que ni el comité sustituye a la mesa de diálogos, ni la mesa puede sustituir a las instituciones democráticas consagradas en la Constitución, con el Congreso en primer lugar. Por tanto, los acuerdos de la mesa son de obligatorio cumplimiento, pero esa obligatoriedad está acotada por las competencias del Congreso para discutir, aprobar, modificar o improbar las propuestas de la mesa sobre política pública y modificaciones institucionales.

En cuanto a la Agenda, el Acuerdo eliminó temas como la democracia directa y la política de seguridad, y apeló a la fórmula de “proponer temas de diálogo”, pero dejó en penumbra el desbordamiento de Comité en su tarea procedimental.

El último y gran claroscuro: Aunque no hay reporte de secuestros por parte del ELN, el Acuerdo se firmó a pesar de su anuncio amenazante de que seguirán cometiendo ese delito.

El claroscuro, técnica que inmortalizó a Rembrandt, a conveniencia del artista deja en penumbra lo que no considera importante y le da luz a lo que quiere resaltar.

Algo así sucedió con el Acuerdo 28, el cual, aún con sus claroscuros, reafirmó la condición suprema de la mesa y, con ella, la continuidad del proceso.

@jflafaurie