“En tiempo de desolación no hacer mudanza”, enseñaba Ignacio de Loyola a los jesuitas, para señalar que en momentos de crisis no tomarán decisiones trascendentales, como califiqué en anterior columna las que podría tomar la Mesa de Diálogos con el ELN en la actual ronda.
La crisis parece el estado natural de las negociaciones, hoy entre el inaceptable anuncio de reanudación del secuestro y el también inaceptable Modelo de Participación presentado a la Mesa de Diálogos, con equívocos y desbordamientos que señalé en una carta a Vera Grabe, jefe de la delegación del Gobierno de la que hago parte, donde recomendé aplazar la decisión sobre el tema.
La crisis también marcó las negociaciones entre un gobierno claudicante y unas Farc extorsivas que no tenían unidad de mando, pero a Santos no le importó y el resultado lo vemos en Cauca y en todas las zonas donde unas disidencias narcoterroristas hacen la guerra mientras hablan de paz.
Hoy se imponen una consideración legal y dos nuevas situaciones: La primera se refiere a que la Delegación no puede ir más allá de las atribuciones que le dé el Gobierno como delegado, y este no puede sobrepasar las suyas dentro de la separación de poderes. Así, cualquier acuerdo con el ELN que requiera soporte legal o constitucional, excede las atribuciones de la delegación y del Gobierno, que no puede invadir las competencias del Congreso.
De ahí la necesaria prudencia frente a la firma de Acuerdos que no son vinculantes “per se”, sino supeditados al trámite democrático en el Congreso, pero sí generan expectativas en una sociedad que, aupada por el Gobierno, piensa que su participación directa es ley para las partes.
La primera situación nueva se refiere a que el ELN es ya la última guerrilla comunista, pues las Farc negociaron y, se supone, desaparecieron. De ahí que las disidencias, devenidas en grupos narcoterroristas, podrían negociar sometimiento a la justicia, pero nunca transformaciones de paz, oportunidad que ya tuvieron y desperdiciaron.
La segunda es pragmática: Tenemos presidente de izquierda y amnistiado de otra guerrilla comunista, es decir, un gobierno afín con el que debería ser fácil negociar, pues, de no hacerlo, podría ser la última oportunidad para el ELN.
Hasta donde sea posible, entre el escepticismo que persiste y la esperanza a la que me aferro, seguiré aportando desde mis convicciones en defensa de la libertad y la democracia.
El ELN deberá entender que la voluntad de paz no es un discurso desconectado de la realidad del país, de la que está lejos si sigue hostigando a la población. Solo dejando de hacerlo ganará la credibilidad que hoy no tiene y les dará a las negociaciones la legitimidad que necesitan.
@jflafaurie