Una nueva preocupación recorre el mundo: la han denominado “renuncia silenciosa”, que no significa dejar el trabajo, sino que se trata de realizar las tareas mínimas requeridas acordadas en su contrato.

Es tal el nivel de desmotivación hacia el trabajo que en el Foro Económico Mundial plantearon que esta actitud de los trabajadores afectará seriamente la rentabilidad de las empresas. Un reciente estudio muestra que esta renuncia silenciosa alcanza ya el 60% de los trabajadores del mundo, y en Europa la desmotivación alcanza un 79%.

Esta desmotivación laboral se expresa en que se siente menos interés en el trabajo, estar más pendientes de la hora de salida, esforzarse lo menos posible, agravado por la creciente inflación que ha reducido la capacidad adquisitiva, contribuyendo a acumular sentimientos de desilusión al no poder avanzar en la consecución de metas materiales, ni a un crédito por las altas tasas de interés.

Existen múltiples explicaciones para el hecho de que el trabajo no despierta la pasión de otros tiempos. La mayoría plantea que las empresas deben ampliar su perspectiva centrada sólo en las remuneraciones. A fin de contrarrestar este hecho, se propone la creación de ambientes para generar bienestar emocional, social y físico; es decir, la empresa debe volverse una especie de SPA.

Yo creo que el origen de este problema no es solo organizacional. La pandemia de la covid-19 marcó un antes y un después. Aunque volvieron a abrirse los centros comerciales, los estadios de futbol, los restaurantes, también los atracadores y extorsionistas volvieron a lo suyo: ya los seres humanos no somos los mismos de antes.

Las personas casi nunca piensan que van a morir, ni tampoco podemos planear una fecha para declararnos muertos. La pandemia, que cubrió al mundo entero, nos hizo darnos cuenta de que éramos mortales: durante el encierro hasta el más materialista reflexionó en el sentido de su vida, y muchos no quieren seguir haciendo lo mismo de antes; así, hoy la vida significativa se encuentra más fuera que dentro del trabajo.

Actualmente, especialmente los jóvenes, están más preocupados del cambio climático o de cómo ampliar el número de seguidores en las redes sociales, que de su éxito laboral. El empleo llega y se va. Vivir para trabajar solo agota y enferma. La covid-19 con todos sus estragos nos enseñó a disfrutar de nuestro tiempo libre, de que se podía trabajar a distancia, de que había otra forma de vivir más atractiva que estar todo un día trabajando. En síntesis, la estrofa de la jocosa canción del Ñato, “que no me gusta trabajar” parece ser el lema de nuestro tiempo.

@JoseAmarAmar