Estos últimos días hemos disfrutado de las Olimpiadas en Japón, donde más de doce mil atletas de diferentes naciones del mundo tienen el honor de representar lo mejor de diversas actividades deportivas.

Mientras sentíamos la emoción de la medalla de plata obtenida por Anthony Zambrano, es bueno preguntarse cómo llegó a ese nivel de éxito.

Quienes hemos sido padres, y los que sueñan serlo, anhelan que sus hijos sean valorados por los demás, tengan confianza en sí mismos, que obtengan buenas calificaciones en sus estudios, que eviten la droga y el alcohol, que se casen bien, que sean exitosos, y ojalá se consigan un contrato en el Barcelona, el Manchester City, o sean un cantante famoso. Porque ahora tener una profesión solo alcanza para un poco más del salario mínimo.

Para explicarnos por qué Anthony triunfó en Japón, la ciencia psicológica tiene dos miradas: una que podríamos denominar aristocrática, donde se supone que se nace con un talento o un don; y la otra mirada es la igualitaria, donde tu esfuerzo, disciplina y méritos te llevarán al éxito.

Durante muchos siglos, tu ubicación en la sociedad era dada por un don divino, donde tu nacías noble, siervo o esclavo. Fueron las ideas de Rousseau las que, dándole un papel preponderante a la educación, cambiaron el orden social, e hicieron de los padres e hijos actores principales del drama humano.

La idea era que los recién nacidos eran buenos salvajes. Su cuidado y educación era lo que nos podría hacer una gran persona o un criminal.

Siglos después surge el conductismo, que nos enseña que son las contingencias de los refuerzos las que moldean al ser humano, por lo que podemos hacer de ellos escritores, médicos, atletas o delincuentes.

A partir de estas ideas, el mundo se llenó de manuales para ser buenos padres o para educar a los hijos a fin de que ellos sean como los soñamos; y se siente mucha culpa cuando esto no ocurre.

Estas teorías son solo la mitad de la verdad. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos niños mellizos univitelinos fueron criados a partir de su nacimiento en hogares distintos. Diez años después de estar separados, los niños tenían aproximadamente la mitad de sus rasgos conductuales semejantes. Usted puede comprobar, a su vez, que niños que se crían en un mismo hogar con el mismo padre y madre y en el mismo ambiente no serán iguales en su conducta.

Hoy se sabe que, en un proceso de fecundación, cada padre aporta ocho millones de caracteres. Así que las posibilidades de combinaciones genéticas son infinitas; por eso, más o menos la mitad de nuestros rasgos conductuales son hereditarios.

Ser un gran atleta y ganar una medalla de plata en Japón como hizo Anthony Zambrano, probablemente sea producto de su rigor, su constancia, y de buenos entrenadores, pero también hay un aporte de los genes recibidos. Por esto, quizá lo más importante es descubrir a temprana edad cuáles son nuestros potenciales, y desarrollarlos con constancia.

No basta solo el esfuerzo, yo he sido un tenista constante durante muchos años, con excelente entrenador, y no alcancé ni para mediocre: lo más cerca que he estado de una olimpiada, es cuando voy a Supertiendas Olímpica.