Cierta vaga incomodidad que de tiempo atrás me producía el uso múltiple de la fórmula “no ficción” adquirió una manifestación clara y definidamente irritante al leer el otro día un artículo publicado el 28 de abril último en el diario La Nación, de Buenos Aires. El artículo, firmado por la periodista Fabiana Scherer y titulado “La no ficción: entre la política y el feminismo”, plantea que los “libros de no ficción” viven un auge singular en Argentina, y para sustentarlo presenta una encuesta entre varios editores, libreros y académicos de ese país.
Aunque no cita cifras concretas, sino testimonios según los cuales los libros así llamados han ganado terreno, despiertan cada vez más el interés de los lectores e incluso protagonizan una “explosión” en el mercado editorial y librero, no tengo razones para no creer en tal auge. Lo que no encajo del artículo es el empleo, por parte tanto de la autora como de los expertos entrevistados, de la expresión “no ficción” aplicada indistintamente –unas veces como complemento nominal, otras como sustantivo– a una serie de obras que comprenden la más variada gama de géneros y disciplinas intelectuales.
Desde luego, esta anomalía semántica –pues así la considero– no es original del texto de marras de La Nación; éste sólo logró llevarla a un grado de evidencia tal que produjo en mí la reacción a que me he referido, pues bien se sabe que es de vieja data –aunque en español no tanto– el uso de la locución “no ficción” para agrupar en un solo bloque a libros que sólo tienen en común el hecho de que no son novelas ni cuentos ni fábulas ni piezas de teatro ni poesía (si juzgamos como ficción también esta última), pero que pertenecen a formas tan variadas como el ensayo, el tratado, la biografía, la carta, el diario personal, la crónica y otras más, así como a materias tan diversas como la economía, la política, la antropología, la filosofía, la sociología, la biología, la tecnología, etc.
La expresión es un calco del inglés “non-fiction”, también escrita “nonfiction”. Se atribuye su acuñación a los administradores de la Biblioteca Pública de Boston, quienes, en un informe de 1867, refiriéndose a los libros que ofrecían en préstamo, los dividían “entre ficción y no ficción”.
¿En qué radica mi disconformidad –que, por lo que sé, no es sólo mía– con el uso del término “no ficción” en el sentido señalado? Principalmente, en que no es apropiado que tantos géneros y áreas del conocimiento, por lo demás de tanta relevancia, tradición y prestigio individuales, no se consideren en sí mismos, sino sólo en relación con la ficción para definirlos en forma negativa, de tal suerte que son concebidos como mero límite y negación de la ficción. Dicho de otro modo: entre los tantos productos de la mente humana, se afirma únicamente la existencia positiva de uno principal, la ficción, mientras que los demás… son los demás: todo ese montón indiferenciado que no es ficción.
Esta clasificación de las áreas del conocimiento y de la creación, así como de los tipos textuales en que se manifiestan, no es apropiada porque resulta vaga, confusa y engañosa. Para probarlo, basta citar algunas de las afirmaciones que se hacen en el artículo del diario La Nación. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene plantear que la amplia circulación de libros sobre temas tan dispares como las dietas, los youtubers, el feminismo, la gestión empresarial, “los nuevos actores políticos”, las neurociencias y la economía indica que la “no ficción” ha ganado terreno? ¿No es engañoso declarar el supuesto crecimiento de un tipo de libros más bien indeterminado, proponiéndolos a la mente como una clase unitaria (incluso como un género), cuando se está hablando de temas y formatos tan diversos como los métodos y recetas para adelgazar, la biografía de un estadista y un estudio antropológico sobre la violencia machista? ¿No es falso y deshonesto que, al “analizar las ventajas que el género [¡la no ficción!] tiene frente a la ficción”, se sostenga que una de ellas es que la primera trepa en las ventas con mayor velocidad que la segunda? ¡Por favor, es tan lógico como a la vez falaz que las cifras van a estar siempre a favor de la “no ficción”, pues los de ficción sí constituyen un tipo muy específico de libros, mientras que los de la categoría contraria abarcan la mayor parte del inmenso y variopinto universo bibliográfico!